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Un verdor terrible - Benjamín Labatut

 

Pues sí, tienen razón (debe ser de las pocas veces) algunos de los comentarios del lemisco que acompaña este libro. El libro es inclasificable, pero es lo menos importante. El autor nos propone, mediante una serie de historias noveladas, un repaso a algunos descubrimientos e investigaciones reales. Si tuviera que definirlo de alguna manera, diría que es una compilación de relatos cortos con el común denominador de la investigación y sus peculiaridades. El resultado final resulta notable. La redacción es impecable, el interés de los relatos elevado, aunque en algunos momentos hay una serie de datos técnicos (física, química y matemáticas) que uno quisiera comprender, pero son demasiado elevados (o ya hemos olvidado las bases elementales) para los conocimientos de la mayoría de los comunes mortales. Pese a ello, el retrato psicológico de los científicos es lo más destacable, meterse en esos entresijos resulta atractivo, nos mete en los bordes entre la sabiduría y la demencia (o quizás debería decir la obsesión). Sí, la obsesión, porque la mayoría de los que aparecen retratados son obsesos, algunos casi talibanes y todos, absolutamente todos, bastante solitarios e individualistas. Algunos tanto que no son conscientes de que sus descubrimientos pueden ser armas de doble filo, algunas de ellas mortales.

Es muy probable, que la investigación y los investigadores actuales sean diferentes hoy en día, que colaboren en equipo, que tengan mucho en cuenta que sus inquietudes intelectuales pueden entrar en contradicción con las éticas y que muchos bienestares para unos, son perjudiciales para otro, pero me he quedado con dudas porque la ciencia no es perfecta y los científicos mucho menos, sólo son personas, ni dioses ni apóstoles de esa falsa religión.

Al acabarlo, he tenido un poco de miedo, no por los científicos e investigadores, sino por como se pueden usar (se han usado) las resoluciones a sus problemas elementales, generalmente por individuos que no entienden nada de las bases científicas, que solo quieren saber donde o de que color es el botón que se aprieta para poner todo en marcha.

Así que me quedo con mis dudas, porque los científicos ya no son los filósofos naturales que utilizaban la observación y el ingenio, de forma lenta, para solucionar interrogantes elementales. Ahora son técnicos que accionan máquinas que solucionan esos problemas de forma automatizada y (quizás) demasiado rápida y así, algunos avances son tan rápidos que están obsoletos al poco de implantarse.

Ya ven, el libro da que pensar, así que si tienen tiempo y paciencia, resulta muy recomendable.

Benigno F.


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