Leo a una madre que escribe apesadumbrada a su hija tras haber pasado las pruebas de selectividad. Le pide perdón genuflexa, también de parte de su padre. No han sabido darle una buena infancia. Por culpa de los estudios y los deberes la han privado de maravillosas horas de ocio, jugando en los columpios, dando patadas a un balón de futbol o haciendo casitas en el bosque y castillos en la playa. El cruel sistema educativo competitivo es el culpable. De hecho los padres solo son pobres víctimas que se ven obligados de forma dictatorial a apuntar a sus hijos a miles de actividades para poder labrarse un buen futuro profesional, para destacar los primeros de las listas y así hacerse personas de provecho para la sociedad. Pienso que esa madre, preocupada por haber arruinado la infancia de su hija, en realidad añora la suya que ha quedado deformada a idealizada por el paso del tiempo. Porque, queridos amigos, esa infancia no es real y si es real, sólo ha estado al alcance de unos poc