Y es que no hay dicho más falso. Nada es más diferente que dos gotas de agua y su comportamiento. Sólo hay que mirarlas mientras se deslizan sobre el cristal de la ventana de un vagón de tren. Inicialmente adheridas como por ensalmo y luego en movimientos desordenados, cada una a su aire. Algunas inmóviles, otras en desplazamiento acelerado, casi siempre rectilíneas, algunas solitarias, otras buscando con desespero el fusionado. Siguiendo trayectorias caprichosas usando leyes físicas incomprensibles para el intelecto más humano. Contradictorias como los pensamientos y las acciones de los sujetos. Usualmente me quedo embobado mirándolas, a veces siguiéndolas con el pulpejo. Aquel día no podía levantar la mirada hasta que las ví corriendo, ahora sí en perfecta fila india, siguiendo los surcos de las mejillas de una jovencita sentada unos asientos más allá, a la que podía espiar distorsionada a través del cristal del techo, y que emitía unos diminutos pucheros desesperados. Él casi no ...