Andaba revolviendo entre mis ropas buscando unos calzoncillos rojos adecuados para mañana, cuando he caído en la cuenta de lo estúpido e irracional de todas estas tradiciones y sobre todo en la memez que muestran algunas personas al empeñarse desaforadamente en cumplir con ellas. Y he recordado todas las veces que he fracasado pidiendo un deseo al pasar debajo de un puente, al beber de una copa de champagne (o cava) con un anillo de oro dentro, o al tomar la última uva. Probablemente lo hago con escaso convencimiento pero nunca he tenido éxito y así no hay manera de hacerse ferviente creyente. Me he dado cuenta también que todas esas supuestas tradiciones, no son más que conjuros de ricos, pases mágicos modernos que se han ido incorporando a nuestra praxia habitual influidos por los medios de comunicación y las revistas del corazón, simplemente ganas de hablar y consumir, unos simples sustitutos de nuestras oraciones seculares. Se me hace difícil creer que nadie de un ni...