He cambiado de panadería (Bueno estrictamente no lo es, aunque hacen el pan en esos hornos tan hermosos y limpios a la vista de todos los ciudadanos, pero se evitan los madrugones y todo el trabajo de amasado, debe ser eso moderno que ahora llaman panificadora o despacho de pan) y eso que el género que sirven es excelente, pero cada vez que compro allí me siento raro.
Está atendida por dependientas (todas mujeres) de diferentes edades. Son amabilísimas y muy agradables, pero...utilizan demasiados sustantivos amorosos para atenderte. Al principio siempre me atendía la misma, una bonita morena más o menos de mi altura, en edad y físico adecuado. ¡Qué queréis que os diga! Uno es hombre (heterosexual para ser más concreto) y se hace ilusiones rápido y, cuando le dicen: "guapo", "cariño" y "cielo" en las tres primeras frases, tiene tendencia a sentirse enamorado.
Sale de allí uno todo contento con su barra bajo el brazo, saltando sobre las baldosas con estilo, admirando el piar de los pájaros, las hojitas de los árboles en el suelo y ¡coño, una mierda de can!, pero eso no altera en absoluto ese sentir emocionado, ese leve cosquilleo en la entrepierna que advierte de un deseo todavía no colmado. Se imagina uno viéndose invitado a la trastienda a algún tipo de trasiego apasionado. Alguna mente obsesa (no es mi caso) podría incluso llegar pensar que el despacho es un club de alterne disfrazado. Incluso podría surgir una leyenda urbana comparando esos comercios con algunas peluquerías en las que de ofrecen un "final feliz".
El problema es cuando cambia la dependienta y ahora es una más regordeta, un poco más mayor, de pelo teñido caoba (diría yo) pero igual de amable en sus expresiones agradables. "¿Y no quieres una "berlina? Guapo" . Por suerte señala un pastelito y me oriento, que sino pienso que también venden coches. Y como no le haces caso atiende al siguiente caballero o señora soltándoles la misma retahila afectuosa. Ahí es cuando lo ves todo claro. Se trata de una estrategia de mercado. Han sido adiestradas en un curso, (casi seguro impartido por varones, porque veo manipulación mascuina al otro lado) donde les han insistido en que así se vende más, que no sólo es importante el género, sino también la atención. No sé que opináis, pero me parece innecesaria esa generalización del halago para la venta, me parece prescindible ese mimo salvo querer asumir el riesgo de que el negocio se asemeje a una casa de lenocinio.
Pero no es sorprendente. Este tipo de estrategias forman parte habitual de nuestra vida, están incorporadas a ese arsenal de herramientas de maquillaje sentimental que utilizamos de forma cotidiana para relacionarnos. Forman parte de un grupo de palabras que deberíamos reservar a los momentos adecuados o las encontraremos muy pronto formando parte del grupo de palabras moribundas desprovistas de significado.
¿Os habéis fijado con qué facilidad se dice o se escribe "Te (Os) quiero" en algunas redes sociales, en determinadas llamadas telefónicas y en algunas situaciones en las que resulta innecesario? ¿En lo expansivas que son algunas personas atizando a diestro y siniestro abrazos y besos desproporcionados cuando se encuentran tras un simple fin de semana o cuando se despiden tras pasar unos días de vacaciones acompañados? Todo eso es porque les han enseñado a expresarse en demasía, a no reprimir los sentimientos y al final se les ha olvidado todo tipo de comedimiento y se ponen afeites sentimentales como el que se viste a diario. Todo eso produce malentendidos en los sensibles que sólo utilizamos ese tipo de armamento con la excepcionalidad que les es necesaria.
Benigno siempre dice que: "De tanto reprimir lo que se siente, al final no se siente nada". Una buena estrategia cuando el sentimiento produce dolor. Yo me permito añadir que: "Los sentimientos cobran de verdad significado bien administrados, cuando se desparraman más allá del muro de contención interior pierden legitimidad". Como los vinos no consumidos una vez aireados
Eutiquio Sobrado
P.D.: Benigno me ha cedido un hueco para predicar en este espacio. Dice que él de momento no puede atenderlo de pleno, que tiene otros proyectos. Que está leyendo una novela que lo tiene atolondrado. Yo diría que está un poco descolocado después de su cumpleaños, pero volverá seguro igual de cínico y caústico. Me ha dicho que no me olvide de poner una canción. A mí se me ha ocurrido ésta.
Está atendida por dependientas (todas mujeres) de diferentes edades. Son amabilísimas y muy agradables, pero...utilizan demasiados sustantivos amorosos para atenderte. Al principio siempre me atendía la misma, una bonita morena más o menos de mi altura, en edad y físico adecuado. ¡Qué queréis que os diga! Uno es hombre (heterosexual para ser más concreto) y se hace ilusiones rápido y, cuando le dicen: "guapo", "cariño" y "cielo" en las tres primeras frases, tiene tendencia a sentirse enamorado.
Sale de allí uno todo contento con su barra bajo el brazo, saltando sobre las baldosas con estilo, admirando el piar de los pájaros, las hojitas de los árboles en el suelo y ¡coño, una mierda de can!, pero eso no altera en absoluto ese sentir emocionado, ese leve cosquilleo en la entrepierna que advierte de un deseo todavía no colmado. Se imagina uno viéndose invitado a la trastienda a algún tipo de trasiego apasionado. Alguna mente obsesa (no es mi caso) podría incluso llegar pensar que el despacho es un club de alterne disfrazado. Incluso podría surgir una leyenda urbana comparando esos comercios con algunas peluquerías en las que de ofrecen un "final feliz".
El problema es cuando cambia la dependienta y ahora es una más regordeta, un poco más mayor, de pelo teñido caoba (diría yo) pero igual de amable en sus expresiones agradables. "¿Y no quieres una "berlina? Guapo" . Por suerte señala un pastelito y me oriento, que sino pienso que también venden coches. Y como no le haces caso atiende al siguiente caballero o señora soltándoles la misma retahila afectuosa. Ahí es cuando lo ves todo claro. Se trata de una estrategia de mercado. Han sido adiestradas en un curso, (casi seguro impartido por varones, porque veo manipulación mascuina al otro lado) donde les han insistido en que así se vende más, que no sólo es importante el género, sino también la atención. No sé que opináis, pero me parece innecesaria esa generalización del halago para la venta, me parece prescindible ese mimo salvo querer asumir el riesgo de que el negocio se asemeje a una casa de lenocinio.
Pero no es sorprendente. Este tipo de estrategias forman parte habitual de nuestra vida, están incorporadas a ese arsenal de herramientas de maquillaje sentimental que utilizamos de forma cotidiana para relacionarnos. Forman parte de un grupo de palabras que deberíamos reservar a los momentos adecuados o las encontraremos muy pronto formando parte del grupo de palabras moribundas desprovistas de significado.
¿Os habéis fijado con qué facilidad se dice o se escribe "Te (Os) quiero" en algunas redes sociales, en determinadas llamadas telefónicas y en algunas situaciones en las que resulta innecesario? ¿En lo expansivas que son algunas personas atizando a diestro y siniestro abrazos y besos desproporcionados cuando se encuentran tras un simple fin de semana o cuando se despiden tras pasar unos días de vacaciones acompañados? Todo eso es porque les han enseñado a expresarse en demasía, a no reprimir los sentimientos y al final se les ha olvidado todo tipo de comedimiento y se ponen afeites sentimentales como el que se viste a diario. Todo eso produce malentendidos en los sensibles que sólo utilizamos ese tipo de armamento con la excepcionalidad que les es necesaria.
Benigno siempre dice que: "De tanto reprimir lo que se siente, al final no se siente nada". Una buena estrategia cuando el sentimiento produce dolor. Yo me permito añadir que: "Los sentimientos cobran de verdad significado bien administrados, cuando se desparraman más allá del muro de contención interior pierden legitimidad". Como los vinos no consumidos una vez aireados
Eutiquio Sobrado
P.D.: Benigno me ha cedido un hueco para predicar en este espacio. Dice que él de momento no puede atenderlo de pleno, que tiene otros proyectos. Que está leyendo una novela que lo tiene atolondrado. Yo diría que está un poco descolocado después de su cumpleaños, pero volverá seguro igual de cínico y caústico. Me ha dicho que no me olvide de poner una canción. A mí se me ha ocurrido ésta.
no existen otros paraisos que los paraisos perdidos
ResponderEliminarHasta Borges se quedaba a veces sin palabras, alguna vez sólo le dejaban "intercalar algunos silencios". Yo casi nunca me puedo quedar callado, por eso te contesto.
ResponderEliminarGracias por tu comentario "prestado" y por escuchar la canción.