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Sumisión - Michel Houellebecq

Le tengo manía a este escritor, lo tenía proscrito desde “Las partículas elementales” que leí nada más publicarse. Me pareció una solemne tomadura de pelo, me pareció escrito por un individuo lleno de soberbia y dirigido a un público de “culturetas” y “progres”, en definitiva de falsos intelectuales, para esos tipos que habíamos conocido con chanclas y pelo largo de jóvenes y que con el paso del tiempo se transformaron en directivos trajeados, esos que gritaban de los primeros en las asambleas universitarias y que vivían en casas con entradas para el servicio, que conducían un Volswagen Golf. Yo como buen hijo de barrio no los soporto ni los soportaba. Lo dejé sin acabarlo, duerme el sueño de los justos en algún rincón de mi casa.

Tras leer "Sumisión" pienso que igual fui demasiado sumario, que quizás criticaba todo eso y yo no estaba preparado para entenderlo, igual tengo que rescatarlo. Pensaré en ello.
"Por mi parte, no estaba muy convencido de que la república y el patriotismo hubieran podido dar algo, aparte de una sucesión ininterrumpida de guerras estúpidas."

Está claro que Houellebecq es un observador cínico y agriado, quizás por eso me gusta ahora que seguramente está más deseseperanzado. Dibuja una sociedad europea plana, inculta, que ha abandonado sus raíces, más dedicada al maquillaje y al culto personal que al intelectual, sin otra línea de pensamiento que la económica, la tecnológica y la física, en definitiva la individual. Una sociedad plana, tibia, manejable, sólo preocupada de mantener el estatus personal, eso que hoy llaman la zona de confort.
Sólo así puede entenderse lo que nos sugiere su historia que busca revolver y convulsionar, y casi lo consigue de verdad. Su crítica social es mordaz, no deja títere con cabeza. Las instituciones, como la Universidad, salen retratadas con crudeza, faltas de rigor y calidad. Los políticos son grotescos y los intelectuales se miran el ombligo. Resulta increíble que en la supuesta sociedad de la información estemos tan mal informados, yo le llamaría la sociedad de la manipulación.
"La humanidad no me interesaba, hasta me asqueaba, no consideraba ni remotamente a los humanos mis hermanos, y menos aún si pensaba en esa fracción más restringida de la humanidad que constituían, por ejemplo, mis compatriotas o mis antiguos colegas.

El protagonista es un minusválido sentimental, culto y observador, pero imbécil en lo de relacionarse y así acaba al final, aceptando el gregarismo como muleta emocional. Este tipo de individuos abundan, capaces de mutar sus ideas con facilidad (véase las acciones de algunos políticos, artistas o simplemente de muchos de nuestros conocidos incluidos nosotros mismos), de adaptar sus ideas a los cambios sin cambiar de gesto ni disimular. Identificar al personaje con el autor sería lo normal, pero me niego a hacerlo porque tendría que odiarlo, y si fuera verdad que es así, asciende en mi consideración al reconocerlo por escrito.
"La nostalgia no es un sentimiento estético, ni siquiera está ligada al recuerdo de la felicidad, se siente nostalgia de un lugar simplemente porque uno ha vivido allí, poco importa si bien o mal, el pasado siempre es bonito y también el futuro, solo duele el presente y cargamos con él como un absceso de sufrimiento que nos acompaña entre dos infinitos de apacible felicidad."

La historia se desarrolla en un futuro tan cercano que es casi presente, tiene dos mitades. En la primera todavía hay algún atisbo de rebeldía, de búsqueda en el protagonista y en la sociedad, al mismo tiempo bullen cambios en la política relatados de forma muy interesante, y analizados desde la visión de los escasos personajes que entran y salen de escena. Quizás son innecesarias las escenas de sexo explícito, no son precisas para la narración, aunque sean excitantes. 
En la segunda mitad queda más diluida, o más bien, ya está aceptada una nueva realidad política y todo se reduce a la realidad individual, nuevamente por encima de la social, ahí el relato baja en intensidad novelística e intenta cobrar cuerpo en lo intelectual, aunque me sobran las referencias gastronómicas exageradas (¡Que obsesión tienen algunos escritores con ellas!) y la hipocondría del personaje (que, esa sí, parece reflejar bastante la de su creador). Se queda un poco a medio camino y cierra el telón en el que parece el punto más interesante para empezar.

En resumen, una novela que no dejará indiferente a nadie y que dará que pensar. Aceptación o rebeldía, sumisión o reclusión, estupidez o inteligencia. No sé cuál es la mejor combinación. Leerla vale la pena aunque sólo sea para cambiar por unos momentos de color de cristal. Si es la mejor o la peor de él no puedo comparar. Esta, por lo menos, la he llegado a acabar. Diría que me ha gustado.
Benigno F.


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