Un mundo mejor con un ser humano (?) más simple, un cerebro de menor tamaño y en el que se han suprimido algunas zonas prescindibles. Menos agresivo, más compatible con el medio ambiente, con poca (ninguna) necesidad de progresar. Asumiendo sencillamente el destino.
Ese es el concepto que maneja este escritor y que nos relata un observador imparcial (y muerto), iniciándose con una apocalipsis tan estúpida como posible. La simple casualidad sustituyendo al empecinamiento evolutivo. Unas pocas páginas relatando un millón de años, unos nuevos Robinsones o un Noé con arca pero sin animales.
La historia podría ser risible si no fuera por lo fácilmente que podría ser cierta. No es un simple ejercicio de ciencia ficción, es una seria meditación sobre el mal uso que damos a nuestros pensamientos, sobre la absurda persistencia en negar la realidad de la vida que va directamente correlacionada con la muerte. Con la insistencia en vivir más aunque sea viviendo peor. En dar la espalda a los problemas y seguir progresando sin fin ni finalidad.
Un muy buen libro, simple, corto, suficiente. Como probablemente es la vida aunque nos neguemos a verlo. Quizás alguien debería leérselo y pensar antes de que descubramos que la evolución no es exactamente lo que pensábamos.
Benigno F.
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