¡Carnaval!!! Hoy esa es la novedad que llena el noticiario. Todos nos disfrazamos o eso parece. La vida se desliza entre fiesta y fiesta y esas se adaptan para todas las edades, no sea que alguien (niño, adulto o anciano) se las pierda. Parece que soy el único que se da cuenta que de tanto celebrarlas se acaban desvirtuando. Son simplemente uno más de los acontecimientos sin relevancia de diario.
Hoy me he encontrado cerrada una tienda casi centenaria. Vendían ropa en una céntrica plaza desde 1918. Que extraños resultan unos aparadores desamparados. Me he quedado mirando el escaparate, hoy vacío, como siempre hago, como si hubiera algo. Nunca he comprado. He imaginado al que ha apagado las últimas luces. ¿Lo habrá hecho con frialdad y alivio? ¿Es posible que no se haya emocionado? Quizás ha sido un simple apoderado, alguien encargado friamente de liquidar ese negocio poco productivo, olvidando toda la historia que contiene, a todos aquellos que en esos cien años han trabajado y comprado allí. Seguramente el negocio ha fracasado porque no vende souvenirs, no hay monteras de torero, ni barretinas, ni aditamento alguno que sirva para los disfraces que lucen nuestros turistas que están de fiesta a diario, en esa rúa incesante que llena (y pervierte) nuestras calles.
Luego me he puesto de nuevo mi disfraz de crítico acerado, de borde, de intelectual agriado y me he puesto a leer un libro que había comprado para regalarlo y he visto que mi biblioteca solo hace que engordar con encargos, como si a alguien le importara lo que opino. Y que poco a poco, de tanto utilizar esta máscara, cada vez me parezco más a ese crítico desalmado al que pretendo representar. Y que sólo leo esos libros por compromiso, para que parezca que hago algo rutinario. Y que sólo me disfrazo para dar unos pasos vacilantes de baile y que no se note que voy desequilibrado. También he visto que en ese armario sigo teniendo arrinconados unos cuantos disfraces más, y allí al fondo sigue guardado, perfectamente envuelto para no quedar apolillado, ese que ya no me pongo nunca. Ese de hombre consecuente, equilibrado y honrado.
"No seremos amantes de verdad hasta el día que juntos hayamos llorado. Entonces lo podremos dejar."
Benigno F.
Hoy me he encontrado cerrada una tienda casi centenaria. Vendían ropa en una céntrica plaza desde 1918. Que extraños resultan unos aparadores desamparados. Me he quedado mirando el escaparate, hoy vacío, como siempre hago, como si hubiera algo. Nunca he comprado. He imaginado al que ha apagado las últimas luces. ¿Lo habrá hecho con frialdad y alivio? ¿Es posible que no se haya emocionado? Quizás ha sido un simple apoderado, alguien encargado friamente de liquidar ese negocio poco productivo, olvidando toda la historia que contiene, a todos aquellos que en esos cien años han trabajado y comprado allí. Seguramente el negocio ha fracasado porque no vende souvenirs, no hay monteras de torero, ni barretinas, ni aditamento alguno que sirva para los disfraces que lucen nuestros turistas que están de fiesta a diario, en esa rúa incesante que llena (y pervierte) nuestras calles.
Luego me he puesto de nuevo mi disfraz de crítico acerado, de borde, de intelectual agriado y me he puesto a leer un libro que había comprado para regalarlo y he visto que mi biblioteca solo hace que engordar con encargos, como si a alguien le importara lo que opino. Y que poco a poco, de tanto utilizar esta máscara, cada vez me parezco más a ese crítico desalmado al que pretendo representar. Y que sólo leo esos libros por compromiso, para que parezca que hago algo rutinario. Y que sólo me disfrazo para dar unos pasos vacilantes de baile y que no se note que voy desequilibrado. También he visto que en ese armario sigo teniendo arrinconados unos cuantos disfraces más, y allí al fondo sigue guardado, perfectamente envuelto para no quedar apolillado, ese que ya no me pongo nunca. Ese de hombre consecuente, equilibrado y honrado.
"No seremos amantes de verdad hasta el día que juntos hayamos llorado. Entonces lo podremos dejar."
Benigno F.
Ya decía yo que hoy estabas algo más nostálgico que de costumbre...
ResponderEliminarQuerid@ Anónim@. ¿Quieres decir? Mi nostalgia siempre es anticipada. Noto la ausencia antes de que se produzca, por presentimiento. Es como ver venir la ola gigante y quedarse hipnotizado. Igual que presiento quién eres.
EliminarGracias por leer.