¡Ser o no ser!, esa es la cuestión. ¿Qué es más digno para el alma
noble, sufrir la porfía del rigor o rebelarse contra las desdichas?,
¿sufrir sin reaccionar o tomar las armas contra el mar de adversidades,
oponiéndose a ellas?, ¿soportar los latigazos del injusto opresor, el
desprecio del orgulloso, el dolor del desamor, la tardanza de la ley, la
insolencia del poder, o luchar contra ellos hasta agotar sus
fuerzas?...
La disyuntiva shakesperiana sigue sin ser superada, sigue vigente pese a que han pasado siglos desde que fue formulada, sigue siendo uno de esos teoremas matemáticos imposibles para cualquier cerebro humano y de soluciones infinitas para los cerebros computados. Viene de la noche de los tiempos, de cuando los humanos eran unos pocos y se sentían impotentes ante los designios de los hados.
¿Qué es mejor ante la adversidad? Resignación o superación. Cada cual tiene su respuesta, no hay un sentido unívoco. Aunque estoy casi seguro que la resignación sincera acarrea menos frustración que el afán de superación malogrado. Pero qué puedo opinar yo, de naturaleza disconforme, incómodo ante las órdenes, siempre presto a la venganza, a utilizar el verbo acerado.
Nuestra sociedad lo tiene claro, por lo menos los medios, apuestan por el afán de superación, están empeñados en informarnos sobre esos supuestos héroes que sobresalen más allá de lo esperado. Son exaltados los amputados que ganan carreras, los afectos de síndromes congénitos que obtienen títulos y menciones, los afectados por cualquier defecto sensitivo empeñados en superarlo, se enaltece a un ciego que es piloto, a un sordo que consigue ser músico o a un médico sin brazo. También se loa a todos aquellos enfermos famosos que han sobrellevado con dignidad una enfermedad mortal (olvidando a aquellos que callaron). Todos ellos son elevados momentáneamente al podio de los titanes, pero luego son olvidados, al poco están de nuevo conviviendo con su desgracia, luchando cada día para adherirse y como todos acaban cansados, muchos tirados y olvidados... Como el resto de los mortales.
Algunos son adorados de forma exagerada, incluso se les aplaude actitudes dudosas, como a ese chico inválido con el pelo teñido de azul que se ha recorrido el mundo sin un duro y que se cuela en las fronteras sin visado, o visita la Gran Muralla sin pagar, aprovechándose de que es un lisiado. Parece que se supera, pero en realidad le echa morro, explota su condición, y luego publica un libro, y filma un documental que sale en varias cadenas públicas y privadas (que lo han financiado) y a mí me entra la sospecha de que está patrocinado, que tiene un contrato, como si fuera un deportista que lleva determinado reloj para que te fijes, que siempre tiene el colchón preparado, que para nada es un desamparado. Y dejo de creer en él y en su progreso y me preocupo por su futuro, porque cuando baje de ese andamio momentáneo, ¿qué va a hacer?, ¿hacia dónde dirigirá sus ruedas (pasos no puede) cuando deje de ser novedad? No se convertirá en un bufón más, otra víctima tirada en el lodazal de la fama efímera, disfrazándose cada día para interpretar de forma obligada ese papel que, al fin y al cabo, se tornará en un frustrante medio de vida tarde o temprano. Porque, la verdad, esa momentánea elevación por encima de las dificultades, sólo hace que esconder defectos y problemas, no los soluciona, da mensajes discordantes, y los menos reflexivos deberían entender que no todo se vale.
Empiezo a creer que son igual de insignes las dependientas de los establecimientos que te regalan una sonrisa estén como estén por dentro, los taxistas que se paran cuando ven a alguien en apuros, los empleados de la limpieza que por la noche lavan la cara de las calles para que podamos mancharlas al día siguiente y sobre todo aquellos enfermos que sobrellevan su desgracia callados, sin hacer más ruido que el de los lamentos necesarios, los que no dicen nada para no preocupar, pero se despiertan por las noches conscientes de la brevedad del alivio y la proximidad del destino.
Y es que yo diría que últimamente en este mundo, entre los de a pie, hay varias clases y entre ellas están la de los minusválidos y la de los minusvalorados (algunos de ellos también son impedidos y/o necesitados). Así que yo, soberbio declarado, paladín del afán de superación y del haberlo intentado, declaro mi admiración para con los resignados.
"No basta con haberlo intentado, deberíamos haberlo conseguido." Ahora que me hago mayor cada vez lo tengo más claro.
Benigno F.
William Shakespeare
La disyuntiva shakesperiana sigue sin ser superada, sigue vigente pese a que han pasado siglos desde que fue formulada, sigue siendo uno de esos teoremas matemáticos imposibles para cualquier cerebro humano y de soluciones infinitas para los cerebros computados. Viene de la noche de los tiempos, de cuando los humanos eran unos pocos y se sentían impotentes ante los designios de los hados.
¿Qué es mejor ante la adversidad? Resignación o superación. Cada cual tiene su respuesta, no hay un sentido unívoco. Aunque estoy casi seguro que la resignación sincera acarrea menos frustración que el afán de superación malogrado. Pero qué puedo opinar yo, de naturaleza disconforme, incómodo ante las órdenes, siempre presto a la venganza, a utilizar el verbo acerado.
Nuestra sociedad lo tiene claro, por lo menos los medios, apuestan por el afán de superación, están empeñados en informarnos sobre esos supuestos héroes que sobresalen más allá de lo esperado. Son exaltados los amputados que ganan carreras, los afectos de síndromes congénitos que obtienen títulos y menciones, los afectados por cualquier defecto sensitivo empeñados en superarlo, se enaltece a un ciego que es piloto, a un sordo que consigue ser músico o a un médico sin brazo. También se loa a todos aquellos enfermos famosos que han sobrellevado con dignidad una enfermedad mortal (olvidando a aquellos que callaron). Todos ellos son elevados momentáneamente al podio de los titanes, pero luego son olvidados, al poco están de nuevo conviviendo con su desgracia, luchando cada día para adherirse y como todos acaban cansados, muchos tirados y olvidados... Como el resto de los mortales.
Algunos son adorados de forma exagerada, incluso se les aplaude actitudes dudosas, como a ese chico inválido con el pelo teñido de azul que se ha recorrido el mundo sin un duro y que se cuela en las fronteras sin visado, o visita la Gran Muralla sin pagar, aprovechándose de que es un lisiado. Parece que se supera, pero en realidad le echa morro, explota su condición, y luego publica un libro, y filma un documental que sale en varias cadenas públicas y privadas (que lo han financiado) y a mí me entra la sospecha de que está patrocinado, que tiene un contrato, como si fuera un deportista que lleva determinado reloj para que te fijes, que siempre tiene el colchón preparado, que para nada es un desamparado. Y dejo de creer en él y en su progreso y me preocupo por su futuro, porque cuando baje de ese andamio momentáneo, ¿qué va a hacer?, ¿hacia dónde dirigirá sus ruedas (pasos no puede) cuando deje de ser novedad? No se convertirá en un bufón más, otra víctima tirada en el lodazal de la fama efímera, disfrazándose cada día para interpretar de forma obligada ese papel que, al fin y al cabo, se tornará en un frustrante medio de vida tarde o temprano. Porque, la verdad, esa momentánea elevación por encima de las dificultades, sólo hace que esconder defectos y problemas, no los soluciona, da mensajes discordantes, y los menos reflexivos deberían entender que no todo se vale.
Empiezo a creer que son igual de insignes las dependientas de los establecimientos que te regalan una sonrisa estén como estén por dentro, los taxistas que se paran cuando ven a alguien en apuros, los empleados de la limpieza que por la noche lavan la cara de las calles para que podamos mancharlas al día siguiente y sobre todo aquellos enfermos que sobrellevan su desgracia callados, sin hacer más ruido que el de los lamentos necesarios, los que no dicen nada para no preocupar, pero se despiertan por las noches conscientes de la brevedad del alivio y la proximidad del destino.
Y es que yo diría que últimamente en este mundo, entre los de a pie, hay varias clases y entre ellas están la de los minusválidos y la de los minusvalorados (algunos de ellos también son impedidos y/o necesitados). Así que yo, soberbio declarado, paladín del afán de superación y del haberlo intentado, declaro mi admiración para con los resignados.
"No basta con haberlo intentado, deberíamos haberlo conseguido." Ahora que me hago mayor cada vez lo tengo más claro.
Benigno F.
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