Me gusta alternar lecturas y estilos. Intercalar literatura ligera con la más profunda. Es innegable que esta obra rebasa por mucho a los últimos libros que he leído por su calidad literaria. No tienes nada más que empezar a leerla para encontrar ese sabor que dejan las buenas palabras en la corteza cerebral.
"Voy flotando hacia arriba en medio de una confusión de sueños y memoria, retorciéndome como una trucha través de los anillos de subidas anteriores, y salgo a la superficie. Se me abren los ojos. Estoy despierto."
Las buenas historias no tienen porqué ser complejas, pueden ser extraordinarias, enganchar, entretener y emocionar incluso las más sencillas. Esta novela es de esas que buscan demostrar que no es necesario ser excesivo ni rebuscado para alcanzar elevadas cotas. Claro que eso no se suele corresponder con grandes ventas y, a veces, ni siquiera con el reconocimiento.
No obstante, no se crean que estamos ante una obra maestra ya que, en mi opinión, no acaba de ser redonda. Por seguir con metáforas gastronómicas, diría que es una excelente degustación de frases pero el conjunto final da un poco de empacho. No son demasiados platos, pero no hay variedad de sabores, incluso diría que el cocinero no se ha arriesgado. Es probable que en formato más corto hubiera llegado más alto y eso que su extensión no es excesiva (380 páginas).
Mientras voy escribiendo recuerdo lo de "sólo lo fugitivo permanece" de Quevedo, que también se ha atribuido a otros autores. Quizás esa es la clave. Le falta fugacidad. Sólo con un breve resplandor hubiera bastado. Así que les dejo con este reseña breve.
Benigno F.
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