Este libro llevaba durmiento el sueño de los justos en mi biblioteca desde hace siete años. Lo veía allí y me daba pereza su grosor. Procastinaba. Sabía que era mi obligación, pero la retrasaba por otras más cómodas, más fáciles, por lo menos eso pensaba, y los clásicos siempre están ahí, no están sujetos a la inmediatez de las modernidades. Me he dado cuenta de mi pecado y confieso, pido indulgencia y acepto cumplir penitencia.
No hace falta que diga que estamos ante una gran obra. Un clásico. Un libro siempre con calidad, siempre actual sea cual sea la época. Y eso que me he puesto mi mejor vestido de indiferencia e escepticismo. He intentado darle muchas vueltas. He examinado al autor con lupa, incluso por usar un seudónimo en lugar de su nombre real, por haber mostrado debilidad ante el arte y haber sido causante de un síndrome que hoy en día todo el mundo utiliza como comodín cuando no sabe explicar las razones ante una obra maestra. Nada, no me ha dado resultado. Me he tenido que rendir a la evidencia y he acabado afectado por la misma enfermedad que el autor: el sobrecogimiento ante una obra excelsa.
Al principio, examinando los parámetros de comportamiento de los protagonistas, me parecían absurdos algunos de ellos. Hasta que he visto paralelismos con algunos propios y ajenos: el orgullo, la altivez en el origen humilde, la rebeldía que otorga la inteligencia al origen humilde, el afán de ponerlo de manifiesto sean cuales sean las consecuencias.
La obra es digna de una ópera (que yo sepa no ha dado lugar a ella) con ese ritmo acompasado que nos conduce al final trágico magistral de la novela.
El personaje principal a mí me ha parecido más un idealista que un arribista. Unos ideales que podrían parecer simples, pero resultan emocionantes en el protagonista frente a mi pragmatismo fácil como lector. Eso sí, Julien Sorel resulta tan poco hábil manejando o interpretando los asuntos del amor como grande es a veces su inteligencia.
El autor hace asomar en el argumento una ácida crítica a las clases sociales de la época, a la supremacía descerebrada del poder que finalmente impera.
Me ponga como me ponga, es una obra grande de la literatura universal.
Benigno F.
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