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Identidades suplantadas

"He construido, mientras me paseaba, frases perfectas de las que después no me acuerdo en casa. La poesía inefable de esas frases no sé si será parte de lo que fueron, si parte de no haber sido nunca escritos."
Fernando Pessoa. El libro del desasosiego.

Así como Pessoa olvida las frases construidas, yo olvido lo leído. Sustituyo mi individualidad por la de otro, en definitiva suplanto una personalidad.
 
No se me da mal. En los últimos meses he hecho algunos viajes suplantando a otra persona. Es extraordinariamente fácil, nadie se preocupa de comprobar que en realidad eres quien dices ser. Así, me permito sostener opiniones discordantes y que no son mías, puedo comer diferente, pagar con su dinero incluso. Soy capaz de mimetizarme con el paisaje humano. Sólo necesitas un traje más o menos apañado. Tampoco nadie se fija en que en realidad no es de marca, de hecho sólo yo me doy cuenta de que algunos de los demás tienen claras señales de desgaste, tufan a naftalina porque los sacan poco. Seguramente también, como yo, son impostores.

En uno de esos viajes he estado en una ciudad del sur disfrazado de otra persona. Uno más alto y delgado, más mayor, de más alcurnia y rango. Nadie se ha dado cuenta, he entrado en todos esos salones habitualmente vedados a los de a pie simplemente insinuando mi personalidad. Nadie lo ha dudado, ni un intento de confirmarlo sólo ha hecho falta una breve preparación del personaje. Un simple cambio en los ademanes.
 
En el hotel nadie ha reparado en el cambio. Todos se guían por las apariencias, las ropas y las palabras, hay que encontrarlas del tamaño suficiente, algo incomprensibles para alejar a los mediocres. El mundo esta lleno de ellos, se amontonan, se apretujan con los codos, pero se abren como la mantequilla ante el cuchillo caliente de una mirada o una expresión segura. Nadie se atreve a preguntarte. Es una de las ventajas de ser/parecer altivo. Sólo poniéndote un traje, pareciendo guapo o adinerado, te metes en cualquier sitio.

 

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