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Temporada de rebajas


Estamos en plena temporada de rebajas. Ese período del año en el que de forma puntual se hace posible conseguir preciados bienes y enseres a un precio increíblemente menor al marcado el resto del año. Es decir, podemos ser propietarios del objeto de nuestros anhelos con menos esfuerzo del necesario.
Esta situación que debería ser excepcional,( y antes lo era porque duraba un periodo extraordinariamente corto y había que ser un lince o mejor un guepardo, para con gran rapidez adelantarnos a los contrarios y poder hacernos con esa prenda de abrigo para el próximo año, esos zapatos para una boda dentro de dos veranos, un aparato o electrodoméstico de un modelo algo anticuado, pero increíblemente rebajado que llevábamos tiempo necesitando), actualmente resulta casi permanente y se ha extendido cada vez más hasta durar prácticamente todo el año. Por lo tanto, ya no hay fronteras entre el esfuerzo necesario para conseguir preciados objetos y no hay que esperar con paciencia para obtenerlo, no es necesario ahorrar para ello, es el reino de la inmediatez y también de la idiotez. Al fin y al cabo los precios son casi los mismos, sólo han tachado un precio imaginario para atraernos. Es como no tener que estudiar para obtener el título académico o no tener que sufrir para conseguir la atención de los seres amados. Poca satisfacción se obtiene sin sufrimiento.

Las rebajas se han extendido tanto que ya sobrepasan los terrenos de las ventas, las fronteras de los grandes almacenes y superficies comerciales y amenazan con inundar toda nuestra geografía vital. Estamos en temporada de rebajas sentimentales, de diálogo, de intelecto, de educación (aquello que llamaban urbanidad en el colegio de mediados del siglo pasado), hay disminución de los precios de la moralidad e incluso de la honradez.

Vivimos unos tiempos en los que reluce la falta de compromiso y de cumplimiento (yo mismo me acuso de ello). Abundan las parejas de "follamigos"  (¡Mira así que a gustito estamos!), los "singles" (casi me mareo al escribirlo) que sólo buscan divertimento y l@s "divorciad@s" que han olvidado el anillo en casa por ese día o todos los jueves por la tarde/noche. Los estudiantes que sólo exigen sus derechos y se olvidan de cumplir con el deber del estudio primero. Las personas que se cuelan en el metro sin necesitarlo y luego dicen que el transporte debiera ser gratuito olvidando que alguien debe pagar por ellos. Las parejas que para ser padres se saltan todo lo establecido moral, biológica y legalmente simplemente porque quieren serlo y luego te empujan con unos cochecitos inmensos vacios que sirven para sentar ocasionalmente a unos retoños en edad de hacer la comunión o escriben un libro con su "increíble experiencia". Los que exigen cruzar la calle cuando ellos quieran y olvidan hacerlo cuando el semáforo da opción a hacerlo. Los fanáticos que no respetan las ideas de otros simplemente porque discrepan de lo establecido por ellos, que no les importan los medios para conseguir sus objetivos, que pasan de razonar o de dialogar e incluso de admitir críticas si su equipo (empresa, familia, partido o tendencia política o nacional) consigue su objetivo aunque sea mediante turbios manejos. Esos mismos son los que ponen etiquetas peyorativas (rojo, facha, culé, merengue, perico, catalán, español) si no estás de acuerdo con ellos, olvidando que eso mismo ya lo hicieron otros en antiguos tiempos y a algunos se les fue la mano en ello.

Pero estas son rebajas veniales, las realmente preocupantes son las que afectan al diálogo, al intelecto, a la combatividad ciudadana, a la educación y sobre todo a la honradez. De hecho de éstas últimas gangas nacen todas las previas (salvo la del intelecto), pero mejor no hablo de política, o sí, porque los políticos deberían ser el ejemplo principal de los altos precios, en cambio se saltan sin dudar cualquier regla elemental, sin sonrojo alguno, nunca están de acuerdo (salvo en los sueldos) entre los de diferente signo, el que manda nunca es capaz de dar la razón a la minoría y se aprovechan de ello porque dicen que tienen el soporte del pueblo. Pero ellos no son más que el reflejo de la poca calidad de nuestros tejidos actuales que permite tachar una y otra vez los números que nos cuelgan de las etiquetas de los cuerpos.

Benigno F.


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