Esta es la segunda novela que leo del premio Nobel Kazuo Ishiguro. La primera resultó algo decepcionante, probablemente porque mis expectativas eran muy altas, demostraba gran calidad literaria, pero me pareció excesivamente larga y algo falta de sustancia.
"El gigante enterrado" se ambienta en la época postartúrica y su sinopsis hace pensar en una aventura de dragones y magos y efectivamente los es, aunque en realidad es simplemente la excusa, el escenario sobre el que reflexionar sobre la memoria individual y colectiva.
La novela recoge las peripecias de una pareja de ancianos britanos que sale de su aldea en busca de su hijo, aunque en realidad lo hacen de su pasado. Desde hace años, una niebla invade su territorio y hace olvidar el pasado a las personas y algo despierta en ellos esa necesidad. Ese dato que parece claramente negativo, con el transcurso de la novela, poco a poco, inducen al lector a reflexionar sobre los efectos positivos y negativos de rememorar el pasado, tanto en lo individual como en lo colectivo (por lo menos a mi), sobre los objetivos nobles y justicieros que pueden tener consecuencias desastrosas, sobre el amor y las trampas de la memoria y, por supuesto, del tránsito de la vida hacia la muerte y el juicio final.
Personalmente, me ha gustado mucho. La he leído con intensidad y gusto, y me parece muy superior a la que había leído anteriormente. El escritor usa un argumento y un entorno atractivo como cebo para envolver al lector en su prosa y llevarle de forma inadvertida por un camino que, probablemente, con otro ambiente, no se atrevería (o no le gustaría) a explorar. Obviamente, esto solo lo puede conseguir un maestro en la escritura.
Algunos analistas encuentran contradicciones, personajes con papel inexplicable o innecesario, repeticiones y algunos giros argumentales algo retorcidos. Tiene gracia que a mi, que me fijo mucho en todo eso, me haya pasado inadvertido y eso apunta a la habilidad del escritor para engañarme, aturdirme como esa niebla que hace olvidar y conseguir llevarme dócilmente a esa playa pedregosa final en la que el barquero pesa, de forma misericordiosa, incluso respetuosa, las almas en la balanza, antes de transportarlas a la otra orilla en la que vagar solitario hasta el fin de los días.
Benigno F.
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