Pues casi sin darme cuenta y después de haber puesto "tibio" al escritor en mi primera crónica sobre esta interminable saga de "Malaz: El libro de los caídos", me he puesto con su tercera entrega y tengo ya en mi dispositivo electrónico la cuarta a la espera.
Ya he comentado varias veces la habilidad de estos escritores para enredarte en sus historias, para hacerte fiel a algún personaje y para conseguir tu adicción. A esta saga le pasa como al tabaco, la empiezas porque mucha gente dice que es buena, no te gusta; el personal sigue a lo suyo y tú piensas que eres tú, vuelves a ella y ya no es tan amarga; empieza a gustarte y... ya estás liado, te conviertes en adicto y necesitas tu dosis.
Esta tercera novela está mucho mejor estructurada que las dos anteriores, los personajes vuelven a ser los de la primera entrega, los caminos, aunque son múltiples, parecen conducir al mismo sitio y las cosas que suceden, muchas veces, lo hacen de forma muy interesante. Ingredientes todos ellos suficientes para tener que reprimir mis ganas de seguir compulsivamente con las siguientes entregas hasta terminarlas.
Así que he decidido, de momento, conceder el beneficio de la duda a este escritor y a esta saga de diez libros sobre este mundo tan enrevesado que crearon en los años 80 Steven Erikson y Cameron Esslemont como promoción de un juego de rol y que posteriormente ha devenido en toda esta monstruosa construcción. Algún día tendré que enterarme más sobre esto y el aparente "divorcio" de ambos que ha divergido en dos sagas diferentes, la presente y la de Esslemont "Malaz: El Imperio", de mucha menos fama.
Discúlpenme si no los doy detalles sobre el argumento, pero necesitaría varias páginas. Simplemente les diré que los hechos relatados tienen lugar a continuación de la primera novela y simultáneamente con los de la tercera y que lo relatado resulta difícil de entender si no se ha leído al menos la primera. La principal dificultad estriba en aclararse con la multitud de personajes, razas, dioses y escenarios en los que sucede la acción. El lector tiene que dejarse llevar de la mano, frecuentemente con los ojos tapados, sólo usando la imaginación y ese resulta muchas veces complicado. Pese a todo, al final se queda uno con la misma sensación que cuando uno baja de una montaña rusa: Expectación en la subida, miedo en la primera caída, excitación durante el recorrido y éxtasis con ganas de repetir por haber sobrevivido al final.
No digan que no les he advertido.
Benigno F.
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