Una presentadora norteamericana de televisión cumple 60 años y lo celebra siendo generosa. Regala un millón de dólares a su público... con el patrocinio de una casa comercial de cereales... Un gesto bello, una gran generosidad... falsa. Simplemente es un ejercicio más de autobombo, una inversión monetaria que se traducirá en beneficios para unos pocos, entre ellos (por supuesto) los que han invertido su dinero en el gesto. Así probablemente vuelva el dinero de forma indirecta, incluso con creces.
El ser humano del siglo XXI abunda en estos tics falsos y muchos actúan como falsarios (segurante el de antes también, pero no existían los medios de comunicación, ni las redes sociales para amplificarlos). No me refiero directamente a esta presentadora (bueno sí, pero...) a la que no me atrevo a juzgar como persona, pero sí a su acto que se me hace innecesario (incluso me da asco), especialmente por el innecesario timbal mediático utilizado. Se puede ser generos@ y hacerlo de forma callada. Muchos lo hacen, sin pensar ni esperar el reconocimiento o el retorno del favor. La principal falsedad de estas actuaciones radica en eso, en hacerlas esperando una recompensa y (sobre todo) creyendo merecerla.
Pero esto es lo habitual de nuestro repugnante mundo moderno, que está repleto de teatro, en el que muchos se pasan la vida actuando y (lo que es peor) esperando aplausos. Como los esperan todos esos del mundo del espectáculo que se reúnen en faraónicas ceremonias de entrega de premios y ese día se solidarizan con algo. Salen con vestidos que cuestan lo que mi sueldo de un año y largan discursos emocionados (perfectamente ensayados y escritos por un guionista). Así se hacen más conocidos, venden más, son más contratad@s.
Ahora toca con la falta de reconocimiento a las mujeres en el mundo del espectáculo y con la protesta por los abusos cometidos sobre muchas de ellas durante años, en los que el uso de la entrepierna estaba correlacionado con las posibilidades de éxito. Es@s mismos que hoy reivindican un sueldo más igualitario, que repudian los abusos, han sido cómplices de todo ello, llevan decenios mirando hacia otro lado, algun@s incluso deben hacer colaborado, asumiendo que eran "cosas del mundo de la farándula". Porque yo no consigo creerme que esto les haya cogido de sorpresa, pero lo fácil es subirse ahora al carro y... (una vez más) ser ovacionad@s e indirectamente beneficiad@s.
Forman todos ellos parte de ese club de personas que se dicen de izquierdas o progresistas o demócratas o que simplemente se consideran buenos, que todo lo creen arreglar votando y delegando en la política las soluciones a los problemas sociales, a la probreza, a la inmigración, al hambre y la guerra. Así, simplemente con ideología y buenas intenciones, pretenden lavar su conciencia, con gestos de cara a la galería, mientras siguen teniendo un piso, una pareja de hijos, unas buenas bicicletas e incluso algún animal (o animales) de compañía, comen alimentos ecológicos y cuidan del medio ambiente (bueno, a veces, cogen la moto o el todoterreno).
Todos esos que no dicen nada, mientras unos fabricantes de coches chantajean a sus trabajadores, pretendiendo imponerles nuevas condiciones laborales o, de lo contrario su producción de automóviles se trasladará a otra fábrica. Una coacción en toda regla aceptada finalmente por los sindicatos y (por supuesto) refrendada en una votación proletaria.
Si es que no hay nada mejor que la democracia (y vivir tranquilo y caliente)... sobre todo si (por casualidad) has nacido en Europa, has podido estudiar una carrera y tienes un trabajo. Con las papeletas de voto queda totalmente limpia tu conciencia proletaria. Esa de la que casi todos estos carecen en sus genes.
Con vuestro permiso, me retiro hacia un confesionario... Yo tampoco estoy libre del todo de este pecado.
Benigno F.
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