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El peterpanismo y la imaginación desatada por haber jugado con muñecos

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Leo a una madre que escribe apesadumbrada a su hija tras haber pasado las pruebas de selectividad. Le pide perdón genuflexa, también de parte de su padre. No han sabido darle una buena infancia. Por culpa de los estudios y los deberes la han privado de maravillosas horas de ocio, jugando en los columpios, dando patadas a un balón de futbol o haciendo casitas en el bosque y castillos en la playa.

El cruel sistema educativo competitivo es el culpable. De hecho los padres solo son pobres víctimas que se ven obligados de forma dictatorial a apuntar a sus hijos a miles de actividades para poder labrarse un buen futuro profesional, para destacar los primeros de las listas y así hacerse personas de provecho para la sociedad.

Pienso que esa madre, preocupada por haber arruinado la infancia de su hija, en realidad añora la suya que ha quedado deformada a idealizada por el paso del tiempo. Porque, queridos amigos, esa infancia no es real y si es real, sólo ha estado al alcance de unos pocos. Pide disculpas porque en su imaginario deformado está presente todo lo bueno como fácil de alcanzar: cultura, inteligencia, salud y bienestar. Felicidad al fin y al cabo. Pero eso sólo tiene sitio en el cielo y nosotros vivimos en la tierra o quizás en el infierno.

Un infierno pijo (especialmente el del mundo desarrollado) porque nos quejamos por lo que no hemos hecho, acusando a otros de ser los culpables, esperamos que ese ente que llamamos sociedad se ocupe de forma gratuita de darnos salud, ocio y felicidad. Es muy fácil la queja y la exigencia, mucho más difícil el esfuerzo.

Olvida esa madre que para que todo eso funcione alguien tiene que sacrificarse, alguien tiene que permanecer despierto mientras esos niños (o adultos) viven sus sueños, viajan por países exóticos sin enfermarse y sin peligro, o una noche como esta, juegan a tirar petardos. Seguro que a muchos padres les hace ilusión esta noche y que los niños jueguen con esos artefactos y (claro) quieren que sean superseguros, que no quemen, que no se puedan utilizar para matar (la pólvora sirve para eso) y que si (por improbable casualidad) pasa algo, todo se solucione con unos pases mágicos que no dejen dolor ni huella, seguramente ejecutados por un(a) maravilloso(a) joven sonriente y nada cansado(a) que es superfeliz y está superpreparado.

Son consecuencias de haber jugado con soldaditos y muñecas de niñ@s, de haber leído tebeos de superhéroes o cuentos de los hermanos Grimm o visto las películas de Disney. Se llega a idealizar la vida y mucho más la de niño.

Yo me pregunto si alguna vez existió todo eso que pensamos (añoramos) que es la infancia. Me parece que es sólo imaginación o sólo existe en la vida de los que han tenido dinero (o suerte). Yo recuerdo niños andrajosos que iban para ladrones o drogadictos o que murieron cayendo por precipicios mientras jugaban, sin red de seguridad, ni seguros a todo riesgo. Recuerdo niños que trabajaban con catorce o menos años. ¿Se refieren estos papanatas a esos? Recuerdo niños sin vacaciones por falta de dinero de sus padres o con solo dos semanas para ir a un perdido pueblo. No recuerdo los niños de antes pero creo que lo tenían peor que esos. Eso sí, recuerdo niños felices o creyendo serlo solo por el hecho de ser infante y de tener delante todas las expectativas de felicidad que la vida enseña como ciertas aunque solo son posibilidades.

Mientras pienso todo esto, dos imbéciles (dudo que tengan cerebro) llenos de músculos se paran taponando la entrada al autobús. Van a la playa y están orgullosos de ello, por eso todos los pringados que entramos para ir a trabajar tenemos que verles y admirarles por ello. Estos seguro que no se han esforzado nunca por tener buena nota, es probable que hayan tenido esa infancia feliz que esa madre echa de menos. Ya ve señora que tampoco parece tan grave lo que usted ha hecho. Estoy seguro que su hija se ha ido esta noche de fiesta y todavía no ha vuelto y que ni siquiera se ha planteado todas esas tonterías sobre las que usted filosofa porque tiene tiempo.

Benigno F.


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