A la caridad le llaman hoy "empatía": ponernos en la piel de los demás y, en consecuencia, ayudarles. Uno de los inventos característicos de nuestra "moderna" sociedad que pretende, variando el nombre de una virtud, defecto o comportamiento, hacerlo nuevo, diferente, producto de un "cambio" (esa palabreja tan sobreutilizada e inútil, igual que "progreso"). Especialmente estos nuevos términos los utilizan los "laicos" y los supuestamente (o verdaderamente) "ateos" para alejar definitivamente cualquier influencia religiosa de sus comportamientos aprendidos.
Y remarco aprendidos porque lo natural del ser humano, lo habitual, es la envidia. Sólo tenemos que fijarnos en como actúan los niños de forma refleja con sus juguetes: no compartiendo los propios o deseando hacerse con los del vecino, es necesario convencerlos para que varien su comportamiento.
El instinto animal carece de respeto por lo ajeno (pese a lo que digan los animalistas) y cuando se comporta diferente no es más que por aprendizaje. La idea natural es la preservación de lo propio y lo del entorno, llámese familia o clan, pero sin intención de compartir más que con los que tienen nuestros genes. De hecho la memoria emocional es muy primitiva y reacciona especialmente bien a los sentidos más básicos y que poco a poco al ser humano se le han ido atrofiando.
Los que carecen ambicionan y los que tienen también (conservar avaramente lo propio e incluso aumentarlo). La lucha de clases es mucho más irracional de lo que nos tememos. La generosidad es impuesta por la racionalidad de unos pocos, por el convencimiento de lo poco que se merece nadie tener privilegios. Eso que tan poco que enseña hoy a los pequeños a los que falsamente se les colma de derechos y merecimientos sin esfuerzo.
Lo de siempre, poderosos contra zarrapastrosos y viceversa. Yo vengo de zarrapastrosos y a mucha honra, ese amontonamiento de orgullo que esconde la envidia más primigenia.
Todo esto lo he pensado cuando al pasear hoy me he cruzado con una madre (con pinta de no tener muchos medios ni privilegios) empujando un cochecito de un bebé que probablemente no anda y que jugueteaba con un teléfono movil (¿inteligente?) y he pensado en quitárselo (por motivos de salud obviamente).
Por cierto, igual que nosotros no éramos más inteligentes por saber usar el mando a distancia, el video o un cajero, tampoco lo son estos tiernos infantes por toquetear un teléfono. Tampoco son mucho más guapos porque se peinen de forma constante o se miren mucho en un espejo.
Eutiquio Sobrado.
Y remarco aprendidos porque lo natural del ser humano, lo habitual, es la envidia. Sólo tenemos que fijarnos en como actúan los niños de forma refleja con sus juguetes: no compartiendo los propios o deseando hacerse con los del vecino, es necesario convencerlos para que varien su comportamiento.
El instinto animal carece de respeto por lo ajeno (pese a lo que digan los animalistas) y cuando se comporta diferente no es más que por aprendizaje. La idea natural es la preservación de lo propio y lo del entorno, llámese familia o clan, pero sin intención de compartir más que con los que tienen nuestros genes. De hecho la memoria emocional es muy primitiva y reacciona especialmente bien a los sentidos más básicos y que poco a poco al ser humano se le han ido atrofiando.
Los que carecen ambicionan y los que tienen también (conservar avaramente lo propio e incluso aumentarlo). La lucha de clases es mucho más irracional de lo que nos tememos. La generosidad es impuesta por la racionalidad de unos pocos, por el convencimiento de lo poco que se merece nadie tener privilegios. Eso que tan poco que enseña hoy a los pequeños a los que falsamente se les colma de derechos y merecimientos sin esfuerzo.
Lo de siempre, poderosos contra zarrapastrosos y viceversa. Yo vengo de zarrapastrosos y a mucha honra, ese amontonamiento de orgullo que esconde la envidia más primigenia.
Todo esto lo he pensado cuando al pasear hoy me he cruzado con una madre (con pinta de no tener muchos medios ni privilegios) empujando un cochecito de un bebé que probablemente no anda y que jugueteaba con un teléfono movil (¿inteligente?) y he pensado en quitárselo (por motivos de salud obviamente).
Por cierto, igual que nosotros no éramos más inteligentes por saber usar el mando a distancia, el video o un cajero, tampoco lo son estos tiernos infantes por toquetear un teléfono. Tampoco son mucho más guapos porque se peinen de forma constante o se miren mucho en un espejo.
Eutiquio Sobrado.
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