Un amigo me ha hablado de un nuevo y silencioso movimiento revolucionario: El dedicado a la liberación de libros. Un grupo liderado por una logia secreta que convoca periódicamente acciones terroristas a través de las redes sociales y otras zarandajas modernas.
Como todos estos avanzados tienen ideas magníficas. Se erigen en portavoces de los oprimidos, de los sin voz. Sus argumentos son aplastantes. El libro es un ser que vive encerrado, a merced de la voluntad de sus amos, entre maderas y vitrinas, en condiciones deplorables, muchas veces sus páginas no están intactas, están llenas de heridas producidas durante la lectura por sus dueños. Saben que han sido usados y es poco probable que lo sean de nuevo. Otros ni siquiera han sido abiertos. Los mantienen cerrados, no han podido dar a conocer sus mensajes y sufren hinchados, se les pegan las páginas, las tintas se endurecen y las esquinas de los lomos se les comban de forma dolorosa.
Los libros tienen necesidad de autoafirmarse, de reclamar su sitio en el mundo. Así que deben ser liberados, sacados a la calle, dejados ocultos en sitios clave para ser encontrados por algún descarriado al que sacar de la incultura, al que convertir también a la corriente liberadora y completar ciclos y sumar adeptos.
Sus palabras me llenaron de euforia y de culpabilidad. Yo era un torturador más de esa minoría sin voto, pero podía redimirme pasándome al otro bando, como un torero que rechaza la muerte del "bos taurus". Así que me dirigí a mi casa ardoroso para convertirme en un adalid más de esa sedición silenciosa y liberar algunos de mis tomos para unas nuevas manos.
Me decidí por "El Aleph" de Jorge Luis Borges. Un libro con nombre de primera letra lleno de relatos. Y... no lo encontré, no aparecía en su prisión de conglomerado. Debía haber huido liberado por otra persona o quizás estaba escondido entre tomos más gruesos para no ser hallado. Como amigo suyo dio un paso al frente voluntario "Un campeón desparejo" de Bioy Casares pero pasé de largo de su ofrecimiento en busca del frágil "De la amistad" de Mateo Ricci, pero éste estaba firmemente anclado entre Le Carré y mi hermano.
Yo no salía de mi asombro, daba la sensación de que esos papeles esclavos se negaban a salir de su cárcel, de su sarcófago de pino, víctimas de Síndrome de Estocolmo literario. Se apretujaban unos entre otros y cada vez que pensaba en un título nuevo, éste desaparecía de las primeras filas oculto entre la formación en tortuga de sus hermanos.
Tras mucho traginar llegó a la mesa "Sobre héroes y tumbas". Como no aparecía Borges me decidí por uno de sus críticos acerados. Planeé dejarlo semioculto, en un cajón metálico, en una dependencia iluminada día y noche, en espera de que la persona adecuada lo liberara para sí. Dejé en su interior una clara señal de mi propiedad pasada, para que su nuevo dueño correspondiera hacia mí con un gesto en consonancia.
Por la mañana el libro había desaparecido de mi vista, nuevamente estaba en los estantes esta vez protegido por una pareja de una incompleta trilogía de Robertson Davies, unido a huesos y ángeles a cada lado. Así que he salido de casa frustrado por no poder liberar a ninguno de mis cautivos, preocupado por la posibilidad de ser expulsado de esa hermandad papelera o de ser denunciado.
Volviendo por la tarde a casa he visto una mesa llena de libros desprotegidos de los vientos, supuestamente liberados, bajo un sol de justicia, a la intemperie, amarilleando. Nadie cuidaba de ellos, todos eran ejemplares viejos, feos de presentación o de tema, faltos de atractivo para encontrar negrero aunque sea de forma gratuita. Lucían claramente tristes, desesperados, afligidos porque en esas condiciones era prácticamente imposible ser rescatados, miraban de reojo los preparativos para una nueva hoguera del solsticio de verano. Pensé que seguramente esta noche tiritarán de miedo lejos de su biblioteca, sospechando que van a ser sacrificados en ese fuego de estío a 451 grados.
Los libros son extraordinariamente longevos. Es difícil acabar con ellos. Siempre sobrevive alguno de sus hermanos gemelos. Otros resucitan de catálogos secretos al ser re-editados o traducidos a un nuevo idioma, adquiriendo nuevos significados. Prefieren seguir en casa, a merced de la voluntad de sus caciques. Descansando tranquilamente entre congéneres. Soñando con ser leidos de nuevo. ¡Dejadlos tranquilos. No los abandonéis en manos extrañas, no los dejéis a su suerte, sin amparo!
La liberación librera no es más que otra enorme utopía en las mentes de unos pocos mentecatos.
Benigno F.
PD: Estoy harto. Me cambio de editor. Me han engañado, no me publicarán nunca. Me han mantenido pendiente con el cebo insinuante de la secretaria. Ahora he descubierto que ella, toda digna siempre, rechazando invitaciones pero aceptando papeles y poemas, es la amante del editor y que éste (supuestamente mi amigo) la azuzaba para que me entretuviera y no reclamara mis derechos y siguiera en mis labores de negro, escribiendo para que firmaran otros o criticando con mi nombre a los que están en el punto de mira de los poderosos.
Tampoco está en mi biblioteca el premonitorio "El último encuentro" de Sandor Marai. Fue liberado hace tiempo, emigró hacia anaqueles más modernos hace ya casi tres años. Desde entonces allí sigue, nuevamente encerrado.
Como todos estos avanzados tienen ideas magníficas. Se erigen en portavoces de los oprimidos, de los sin voz. Sus argumentos son aplastantes. El libro es un ser que vive encerrado, a merced de la voluntad de sus amos, entre maderas y vitrinas, en condiciones deplorables, muchas veces sus páginas no están intactas, están llenas de heridas producidas durante la lectura por sus dueños. Saben que han sido usados y es poco probable que lo sean de nuevo. Otros ni siquiera han sido abiertos. Los mantienen cerrados, no han podido dar a conocer sus mensajes y sufren hinchados, se les pegan las páginas, las tintas se endurecen y las esquinas de los lomos se les comban de forma dolorosa.
Los libros tienen necesidad de autoafirmarse, de reclamar su sitio en el mundo. Así que deben ser liberados, sacados a la calle, dejados ocultos en sitios clave para ser encontrados por algún descarriado al que sacar de la incultura, al que convertir también a la corriente liberadora y completar ciclos y sumar adeptos.
Sus palabras me llenaron de euforia y de culpabilidad. Yo era un torturador más de esa minoría sin voto, pero podía redimirme pasándome al otro bando, como un torero que rechaza la muerte del "bos taurus". Así que me dirigí a mi casa ardoroso para convertirme en un adalid más de esa sedición silenciosa y liberar algunos de mis tomos para unas nuevas manos.
Me decidí por "El Aleph" de Jorge Luis Borges. Un libro con nombre de primera letra lleno de relatos. Y... no lo encontré, no aparecía en su prisión de conglomerado. Debía haber huido liberado por otra persona o quizás estaba escondido entre tomos más gruesos para no ser hallado. Como amigo suyo dio un paso al frente voluntario "Un campeón desparejo" de Bioy Casares pero pasé de largo de su ofrecimiento en busca del frágil "De la amistad" de Mateo Ricci, pero éste estaba firmemente anclado entre Le Carré y mi hermano.
Yo no salía de mi asombro, daba la sensación de que esos papeles esclavos se negaban a salir de su cárcel, de su sarcófago de pino, víctimas de Síndrome de Estocolmo literario. Se apretujaban unos entre otros y cada vez que pensaba en un título nuevo, éste desaparecía de las primeras filas oculto entre la formación en tortuga de sus hermanos.
Tras mucho traginar llegó a la mesa "Sobre héroes y tumbas". Como no aparecía Borges me decidí por uno de sus críticos acerados. Planeé dejarlo semioculto, en un cajón metálico, en una dependencia iluminada día y noche, en espera de que la persona adecuada lo liberara para sí. Dejé en su interior una clara señal de mi propiedad pasada, para que su nuevo dueño correspondiera hacia mí con un gesto en consonancia.
Por la mañana el libro había desaparecido de mi vista, nuevamente estaba en los estantes esta vez protegido por una pareja de una incompleta trilogía de Robertson Davies, unido a huesos y ángeles a cada lado. Así que he salido de casa frustrado por no poder liberar a ninguno de mis cautivos, preocupado por la posibilidad de ser expulsado de esa hermandad papelera o de ser denunciado.
Volviendo por la tarde a casa he visto una mesa llena de libros desprotegidos de los vientos, supuestamente liberados, bajo un sol de justicia, a la intemperie, amarilleando. Nadie cuidaba de ellos, todos eran ejemplares viejos, feos de presentación o de tema, faltos de atractivo para encontrar negrero aunque sea de forma gratuita. Lucían claramente tristes, desesperados, afligidos porque en esas condiciones era prácticamente imposible ser rescatados, miraban de reojo los preparativos para una nueva hoguera del solsticio de verano. Pensé que seguramente esta noche tiritarán de miedo lejos de su biblioteca, sospechando que van a ser sacrificados en ese fuego de estío a 451 grados.
Los libros son extraordinariamente longevos. Es difícil acabar con ellos. Siempre sobrevive alguno de sus hermanos gemelos. Otros resucitan de catálogos secretos al ser re-editados o traducidos a un nuevo idioma, adquiriendo nuevos significados. Prefieren seguir en casa, a merced de la voluntad de sus caciques. Descansando tranquilamente entre congéneres. Soñando con ser leidos de nuevo. ¡Dejadlos tranquilos. No los abandonéis en manos extrañas, no los dejéis a su suerte, sin amparo!
La liberación librera no es más que otra enorme utopía en las mentes de unos pocos mentecatos.
Benigno F.
PD: Estoy harto. Me cambio de editor. Me han engañado, no me publicarán nunca. Me han mantenido pendiente con el cebo insinuante de la secretaria. Ahora he descubierto que ella, toda digna siempre, rechazando invitaciones pero aceptando papeles y poemas, es la amante del editor y que éste (supuestamente mi amigo) la azuzaba para que me entretuviera y no reclamara mis derechos y siguiera en mis labores de negro, escribiendo para que firmaran otros o criticando con mi nombre a los que están en el punto de mira de los poderosos.
Tampoco está en mi biblioteca el premonitorio "El último encuentro" de Sandor Marai. Fue liberado hace tiempo, emigró hacia anaqueles más modernos hace ya casi tres años. Desde entonces allí sigue, nuevamente encerrado.
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