Van dos por el precio de una. La primera (tercera de la serie de Eladio Monroy) la leí hace unos meses y se quedó como borrador, porque me pareció el culmen de las historias de este marinero jubilado (con un poco de trampa), metido a detective, y pensé en leer el resto y hacer una reseña coral.
Entre ayer por la tarde y esta madrugada (porque me he despertado a las cinco) me he merendado la segunda y , al acabarla, he pensado que, igual que el escritor se tomó cinco años entre la cuarta y la quinta, yo merecía un descanso.
Vamos por partes, "Los tipos duros no leen poesía" es excelente, empieza por el final, porque nuesrtro héroe se desangra en un chalet (no me da la gana llamarlo "chalé") y mientras está en ese trance, relata para la posteridad lo sucedido. El caso es bien sencillo, solo se trata de recuperar un objeto apreciado de la casa de la amante de un empresario fallecido, pero las cosas se van enredando y como Monroy se obceca fácil y es un poco (o del todo) justiciero, se mete en un lío del que parece va a salir malparado. El autor mantiene la línea de las entregas previas y saca gran partido a la historia quedándole una novela casi perfecta para cerrar las aventuras de este detective aficionado.
Pero no, a Monroy no le bastaba con haber estado gravemente herido y operado en el hospital, lo que a su edad suele dejar serias secuelas, no parece haber aprendido de sus errores, aunque tiene bastantes voces amigas que se le advierten de su cabezonería.
Al escritor tampoco le bastaba, debió irle bien con la anterior, igual su editor le dijo que insistiera, y al año siguiente vino la siguiente novela. Se motivó con la crisis económica y política de esas fechas (2012) (todo aquello de la "prima de riesgo" y etc.) y retomó al personaje en un relato al que le falta credibilidad y le sobran connotaciones políticas, eso o, más probablemente, con la posibilidad de ganarse unas "buenas perras".
Así que nos presenta un subproducto, que se lee fácil (se devora), pero no tiene fondo ni excusa. Porque no hay lector (o sí) tan pazguato que se crea que un señor de cierta edad, con cierta discapacidad (mira por dónde el que cobre pensión casi por "el morro, el escritor no lo critica), que ha sido operado recientemente (probablemente laparotomía y sus secuelas) y que no entrena el físico ni gota (más bien se lo castiga), se deshaga de tres tiarrones que la han dado una tremenda tunda. Que sí, que son unos descerebrados, pero están más cachas que Scwarzenegger (¿lo he escrito bien?), pero te dan dos "jumos" y te quedas lelo y no reaccionas aunque se metan con tu hija.
Para que no se note tanto la falta de consistencia de la trama, el autor opta por aderezarlo con algunos detalles "sociales", nos presenta a la hija del marino, se permite cierta crónica política, nos da una receta (haciendo de Vázquez Montalbán) y... me estoy aburriendo, porque esta novela ya la he leído antes y me fastidia que me den la murga, porque esto de la maldad de los políticos y la corrupción desde este punto de vista me hastía y lo he leído muchas veces con mucha mayor maestría y sin asomar tanto el plumero.
Sin comentarios sobre el giro argumental final de la obra, también poco creíble, aunque se empeñe en mencionar el rasurado de la "navaja de Ockham" que, como casi todos los que la mencionan, no tiene idea exacta de lo que es o lo interpreta a su manera y como nadie le va a llevar la contraria (porque tampoco lo saben), ahí queda eso para darle un toque más intelectual al tema.
En definitiva, que esta novela me ha bajado de la ola en la que estaba subido con la previa y como uno es muy trágico y drástico con las decepciones, mejor me tomo un tiempo y dejo descansar (y recuperarse de sus heridas) a este detective, porque leeré las dos restantes tarde o temprano, porque el escritor tiene su crédito todavía por sus obras previas. Al fin y al cabo soy como aquel aficionado a Curro Romero que después de una tarde horrorosa en la Maestranza, le dijo al maestro de Camas: "Curro, el año que viene va a venir a verte tu madre... y yo".
Benigno F.
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