Un desasosiego enorme me invade nada más acabar esta novela y eso es bueno, porque la literatura tiene que hacer sentir algo y hacía mucho tiempo que una novela de un escritor nacional no me decía tanto.
Esta novela se desarrolla en Navarra, en los estertores finales del terrorismo, pero no es una novela de buenos y malos, solo de víctimas. No intenta posicionarnos, porque no es una novela política. Es una novela de sentimientos, terrenal como ella sola, que escarba en todas las debilidades humanas. Nos habla de familias, de amores, de desengaños, de la crudeza de la vida con apenas altos y demasiados bajos.
El escenario y la historia policial no son más que una excusa, pero la trama policial es de gran fuerza. El orden de los acontecimientos tampoco es relevante. Solo hay personas que sufren y casi todas ellas con un mal final, incluso los secundarios, incluso a los que les queda la vida suspendida en el aire.
La novela tiene la extensión justa, ni corta, ni larga. No se enreda en los detalles, aunque los da todos. Todos los escenarios se forman en nuestra cabeza y nos sacuden con fuerza. Se perciben los ambientes, se huele la sangre, incluso mancha, tienen sabor salado las lágrimas y sacude y duele la violencia. No se reitera en los argumentos, no intenta enredarnos con giros argumentales, casi desde el inicio sabemos a donde vamos, incluso los trágicos finales nos parecen necesarios, nos hacen bajar la cabeza, compadecernos y aceptarlos.
No tengo ni idea de si el autor se ha basado en algún hecho verídico, pero tal como está relatado, podría serlo perfectamente. Esa es la gran fuerza de los buenos escritores, hacer real en el lector lo imaginario y este señor, la tiene.
Benigno F.
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