No soy amigo de declaraciones pero, para despejar dudas sobre el comentario de esta obra, me veo obligado a hacerlo por anticipado: En mi casa somos incondicionales de Domingo Villar y su obra. Lo defendemos a capa y espada, por buen escritor, por sus buenas historias y por ser gallego. Hemos leído con entusiasmo sus dos primeros libros, los hemos comprado, los hemos recomendado y los hemos alabado. Por eso, nos compramos esta tercera obra suya entusiasmados. De hecho, fue adquirida de forma anticipada, cuando todavía no estaba en el mercado, en la precompra de libros electrónicos. Él sólo se descargó en nuestro aparato.
Probablemente por eso, no hemos podido considerar el tamaño, al parecer son setecientas páginas, pese a ello, nos ha parecido ligero y, precisamente ese es uno de los problemas. El libro se hace ligero. Haciéndonos eco de un comentario que invita a degustarlo: "Uno de los méritos de esta obra es su facilidad de lectura pese a su tamaño." En nuestra modesta opinión es uno de los méritos más dudosos que se pueden atribuir a un libro.
El propio autor lo confirma declarando : “Conseguir que los libros se lean bien y que eso no menoscabe la literatura es lo que intento, que los lectores entren en ellos con facilidad. Uso un lenguaje muy preciso y ajustado a lo que quiero contar. No quiero que al lector se le vaya enganchando la chaqueta por los salientes del tobogán, sino que todo vaya fluido”. Pues hombre, esto simplemente demuestra un posicionamiento hacia determinado tipo de público con el que no nos sentimos identificados.
Pese a todo, el libro nos ha gustado, pese a que el ambiente gallego no es palpable de forma constante, le falta el fuego y el hogar (la lareira), y lo encontramos más en los comportamientos de algunos personajes que en los paisajes, cuya descripción es sucinta, ajustada. Seguramente el escritor los conoce tan bien que lo ve innecesario. Pese a ello, a nosotros, como somos gallegos, sólo leyendo los pensamientos de Domingo Caldas se nos sube el aroma a la ría, a viñas, y nos sentimos deambulando por las calles del casco antiguo de Vigo, buscando cualquier sitio donde degustar un pulpo, unas ostras o un simple bocadillo de jamón asado. Por supuesto, todo ello regado con un buen vino blanco. Será por eso por lo que las visitas a diferentes bares y restaurantes ocupan un buen espacio de hojas y se llevan un buen número de detalles que quizás resultan innecesarios para un buen gallego conocedor de Vigo, como es nuestro caso, y seguramente serán más evocadores para los propietarios de otro tipo de carga genética.
El autor se ha tomado mucho (por no decir demasiado) tiempo interesándose por la Escuela de Artes y Oficios y lo allí desarrollado. Ese aspecto sí que está extraordinariamente cuidado, con horarios, espacios, escaleras, aulas, patios e incluso personajes reales (tampoco lo vemos necesario, pero es elección del autor y la respetamos).
La historia policíaca vuelve a ser magnífica, especialmente en los dos tercios iniciales. Luego se hace un poco repetitiva, se queda algo atascada, por eso el final se nos ha antojado algo acelerado, probablemente ese es el motivo por el que el autor da un buen número de pistas que, al lector avispado, le permiten hacerse con una idea aproximada del final del argumento. Es posible que ese sea el ingrediente que nos ha dejado un regusto extraño al final, como cuando en un restaurante te dan pimientos que no son de verdad de Padrón.
Mientras tanto, íbamos como locos, leyendo sin parar, absolutamente adheridos al aparato del que salían las letras encadenadas en palabras, intrigados por las circunstancias del crimen cometido, esperando la aparición del cadáver. Porque este escritor tiene la principal virtud de obligarte a leer, te sumerge a la fuerza, pero no te ahoga, en ese mundo del comisario Leo Caldas, y de ahí ya no quieres salir o por lo menos yo no quiero salir hasta haber acabado.
Igual es por eso es por lo que al terminarlo nos hemos sentido raros, con la sensación de que la novela transita desde lo más alto hacia abajo, desde lo brillante a lo obvio, con un cierto empacho de documentación, notando a faltar citas de los clásicos griegos y romanos. Seguramente es por esas horas que el autor reconoce haber pasado en la biblioteca, averiguando detalles sobre los ceramistas, sobre los fabricantes de gaitas y zanfonas, sobre los dibujantes y pintores, incluso sobre pájaros. Por eso, me quedo con la sensación de que la imaginación del escritor ha sido usada de forma un poco justa, medida, como si tuviera la historia desde hace mucho tiempo y necesitara engordarla.
Pido disculpas por ser incómodo, ya sé que es muy fácil criticar tranquilamente sentado. Mantengo a Domingo Villar y a Leo Caldas en el mismo pedestal que estaban ocupando. Estoy seguro de su calidad y seguiré esperando su próxima obra. Quizás le vaya bien no tardar tanto.
Benigno F.
Probablemente por eso, no hemos podido considerar el tamaño, al parecer son setecientas páginas, pese a ello, nos ha parecido ligero y, precisamente ese es uno de los problemas. El libro se hace ligero. Haciéndonos eco de un comentario que invita a degustarlo: "Uno de los méritos de esta obra es su facilidad de lectura pese a su tamaño." En nuestra modesta opinión es uno de los méritos más dudosos que se pueden atribuir a un libro.
El propio autor lo confirma declarando : “Conseguir que los libros se lean bien y que eso no menoscabe la literatura es lo que intento, que los lectores entren en ellos con facilidad. Uso un lenguaje muy preciso y ajustado a lo que quiero contar. No quiero que al lector se le vaya enganchando la chaqueta por los salientes del tobogán, sino que todo vaya fluido”. Pues hombre, esto simplemente demuestra un posicionamiento hacia determinado tipo de público con el que no nos sentimos identificados.
Pese a todo, el libro nos ha gustado, pese a que el ambiente gallego no es palpable de forma constante, le falta el fuego y el hogar (la lareira), y lo encontramos más en los comportamientos de algunos personajes que en los paisajes, cuya descripción es sucinta, ajustada. Seguramente el escritor los conoce tan bien que lo ve innecesario. Pese a ello, a nosotros, como somos gallegos, sólo leyendo los pensamientos de Domingo Caldas se nos sube el aroma a la ría, a viñas, y nos sentimos deambulando por las calles del casco antiguo de Vigo, buscando cualquier sitio donde degustar un pulpo, unas ostras o un simple bocadillo de jamón asado. Por supuesto, todo ello regado con un buen vino blanco. Será por eso por lo que las visitas a diferentes bares y restaurantes ocupan un buen espacio de hojas y se llevan un buen número de detalles que quizás resultan innecesarios para un buen gallego conocedor de Vigo, como es nuestro caso, y seguramente serán más evocadores para los propietarios de otro tipo de carga genética.
El autor se ha tomado mucho (por no decir demasiado) tiempo interesándose por la Escuela de Artes y Oficios y lo allí desarrollado. Ese aspecto sí que está extraordinariamente cuidado, con horarios, espacios, escaleras, aulas, patios e incluso personajes reales (tampoco lo vemos necesario, pero es elección del autor y la respetamos).
La historia policíaca vuelve a ser magnífica, especialmente en los dos tercios iniciales. Luego se hace un poco repetitiva, se queda algo atascada, por eso el final se nos ha antojado algo acelerado, probablemente ese es el motivo por el que el autor da un buen número de pistas que, al lector avispado, le permiten hacerse con una idea aproximada del final del argumento. Es posible que ese sea el ingrediente que nos ha dejado un regusto extraño al final, como cuando en un restaurante te dan pimientos que no son de verdad de Padrón.
Mientras tanto, íbamos como locos, leyendo sin parar, absolutamente adheridos al aparato del que salían las letras encadenadas en palabras, intrigados por las circunstancias del crimen cometido, esperando la aparición del cadáver. Porque este escritor tiene la principal virtud de obligarte a leer, te sumerge a la fuerza, pero no te ahoga, en ese mundo del comisario Leo Caldas, y de ahí ya no quieres salir o por lo menos yo no quiero salir hasta haber acabado.
Igual es por eso es por lo que al terminarlo nos hemos sentido raros, con la sensación de que la novela transita desde lo más alto hacia abajo, desde lo brillante a lo obvio, con un cierto empacho de documentación, notando a faltar citas de los clásicos griegos y romanos. Seguramente es por esas horas que el autor reconoce haber pasado en la biblioteca, averiguando detalles sobre los ceramistas, sobre los fabricantes de gaitas y zanfonas, sobre los dibujantes y pintores, incluso sobre pájaros. Por eso, me quedo con la sensación de que la imaginación del escritor ha sido usada de forma un poco justa, medida, como si tuviera la historia desde hace mucho tiempo y necesitara engordarla.
Pido disculpas por ser incómodo, ya sé que es muy fácil criticar tranquilamente sentado. Mantengo a Domingo Villar y a Leo Caldas en el mismo pedestal que estaban ocupando. Estoy seguro de su calidad y seguiré esperando su próxima obra. Quizás le vaya bien no tardar tanto.
Benigno F.
Sí, no es que sea demasiado gordo, es que le sobran páginas, se entretiene y repite para luego dar un giro y acabar la novela de forma un poco brusca. Pero me ha gustado, supongo que el sopor de agosto ayuda lo suyo. Me sigo quedando con "la playa", es mucho más redonda. Muy buena crítica.
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