Llevaba más de medio libro y estaba bastante mosqueado. Sobre todo estaba muy aburrido, me había invadido la sensación de que la narradora y protagonista del libro eran las mismas que la autora, que la escritora se había hecho con un montón de recuerdos, anécdotas y creencias personales y se había decidido a largarnos un rollo con todo ello. ¿Sabes esa sensación que tienes cuando alguien no para de contarte su vida y tú te quieres ir pero no puedes porque no te deja hablar e incluso te coge del brazo cuando te quieres desembarazar? Esa es la que yo tenía a esas alturas del libro y estaba a punto de dejarlo, pero no podía.
No lo hice, no lo dejé, pese a que estoy disconforme con las visiones unívocas de la vida, con los intentos de impartir dogma a partir de unas vivencias personales, como si esas fueran las únicas, pese a que me disgustan las personas que se dedican a apoyar todas las causas a las que hoy parece adecuado dar soporte (sobre todo para no ser tachado de retrógrado, facha o desfasado). Porque la novela está llena de esos esterotipos políticamente correctos, todos ocupando algún tipo de cuota (para que no falte ninguno). Repleta de mantras adoptados con naturalidad, porque lo natural es seguir al rebaño, lo anormal es levantar la mano y cuestionar.
Andaba yo también receloso porque es una novela de mujeres casi en exclusiva. El papel del varón es apartado, rechazado o menospreciado, hasta que de pronto me dí cuenta del montón de novelas sólo de hombres que he leído y disfrutado sin pensar nunca en como son minusvalorados los personajes femeninos en un gran número de ellas. Ahí empezó a atenuarse mi desconfianza y empecé a intentar sacar algo positivo de la lectura, algún aprendizaje que pudiera conservar entre tanto bostezo. Así llegando al final casi me ha desaparecido el cabreo, he pensado que quizás la novela no era una loa sino una crítica y desde ese punto de vista he dedidido aceptarlo.
La novela empieza casi por el final y se pasa más de 400 páginas intentando devolvernos a ese principio, está enfocada en darnos la explicación del contexto que ha llevado a ese prefacio y su resolución final en los últimos capítulos. La autora utiliza el viejo truco de desordenarlo todo para mantener la atención, lamentablemente, en mí eso no ha funcionado, sobre todo porque me entra la sospecha de que ese voluntario desorden sólo pretende hacer pasar desapercibidas enormes lagunas argumentales, aunque he de reconocer que no me he empeñado en buscarlas demasiado y todo este sentimiento se reduce a lo instintivo.
Ahora al acabar no sé decir si me ha gustado de verdad o no y en esa incertidumbre me parece que me voy a quedar porque la novela parece que tiene mensaje, parece que quiere señalar sobre las injusticias y las desigualdades sociales, de raza y de sexo, pero parece tan fría y toma tan poco partido que esa ausencia de emoción, de alegría, de tristeza e incluso de dramatismo ha hecho que cale en mí poco hondo.
Benigno F.
No lo hice, no lo dejé, pese a que estoy disconforme con las visiones unívocas de la vida, con los intentos de impartir dogma a partir de unas vivencias personales, como si esas fueran las únicas, pese a que me disgustan las personas que se dedican a apoyar todas las causas a las que hoy parece adecuado dar soporte (sobre todo para no ser tachado de retrógrado, facha o desfasado). Porque la novela está llena de esos esterotipos políticamente correctos, todos ocupando algún tipo de cuota (para que no falte ninguno). Repleta de mantras adoptados con naturalidad, porque lo natural es seguir al rebaño, lo anormal es levantar la mano y cuestionar.
Andaba yo también receloso porque es una novela de mujeres casi en exclusiva. El papel del varón es apartado, rechazado o menospreciado, hasta que de pronto me dí cuenta del montón de novelas sólo de hombres que he leído y disfrutado sin pensar nunca en como son minusvalorados los personajes femeninos en un gran número de ellas. Ahí empezó a atenuarse mi desconfianza y empecé a intentar sacar algo positivo de la lectura, algún aprendizaje que pudiera conservar entre tanto bostezo. Así llegando al final casi me ha desaparecido el cabreo, he pensado que quizás la novela no era una loa sino una crítica y desde ese punto de vista he dedidido aceptarlo.
La novela empieza casi por el final y se pasa más de 400 páginas intentando devolvernos a ese principio, está enfocada en darnos la explicación del contexto que ha llevado a ese prefacio y su resolución final en los últimos capítulos. La autora utiliza el viejo truco de desordenarlo todo para mantener la atención, lamentablemente, en mí eso no ha funcionado, sobre todo porque me entra la sospecha de que ese voluntario desorden sólo pretende hacer pasar desapercibidas enormes lagunas argumentales, aunque he de reconocer que no me he empeñado en buscarlas demasiado y todo este sentimiento se reduce a lo instintivo.
Ahora al acabar no sé decir si me ha gustado de verdad o no y en esa incertidumbre me parece que me voy a quedar porque la novela parece que tiene mensaje, parece que quiere señalar sobre las injusticias y las desigualdades sociales, de raza y de sexo, pero parece tan fría y toma tan poco partido que esa ausencia de emoción, de alegría, de tristeza e incluso de dramatismo ha hecho que cale en mí poco hondo.
Benigno F.
¡Hola! AL menos has conseguido terminarlo. Yo seguro que lo hubiera abandonado. Tengo poca paciencia y si no me engancha desde el principio...
ResponderEliminarSaludos
Gracias por tu comentario. A veces sigo con algún libro porque no me puedo creer que a todo el mundo le guste y a mí no. Saludos
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