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Pecados capitales (VII): Pereza y diligencia

No puedo con esta entrada, me abandonan las fuerzas cada vez que me pongo con ella. Pereza, se llama esa sensación. Y pereza también es otro mal muy actual, especialmente porque a la mayoría de nosotros ya nadie nos azuza. Así que le doy paso a Benigno a ver si él se atreve con el último capítulo de estos pecados mortales.

Eutiquio Sobrado.


En estos tiempos de crisis cualquiera ve justificada su falta de presteza. Con el rollo de la falta de trabajo, de las pocas salidas de los estudios, de la falta de perspectivas para la jubiliación, cualquiera se tira a la bartola, aparenta parálisis cuando en realidad lo único que pasa es que está infectado por el virus de la pereza.

Infestación de gandulería como la que veo todos los días en el cansancio que se permite a los más tiernos infantes, merecedores de consideración ya de entrada por el hecho de serlo, y que por eso se les permite todo, por pereza para prohibir o reprender. Así a ver quien les quita esa preferencia cuando se hagan mayores y sigan creyendo que merecen esa distinción innecesaria no por niños sino por ser ellos.

Desidia en la falta de memoria, en el abuso de las nuevas tecnologías para no esforzarnos en pensar y en recordar. En no dar mérito a la erudición o al perseverar en ello, porque todo parece descubierto y todo está al alcance con el uso de un único botón.

Negligencia para escribir adecuadamente, para levantarse del asiento ante una persona mayor, para bajar el volumen de la música o para corroborar que nuestra libertad acaba cuando choca con la de otro. Pero claro, hoy todas esas cosas que están mal vistas. Hay cosas intocables, no te puedes quejar sin ser inadecuado de los niños, de los ciclistas, de los ecologistas, de los vegetarianos o de los amantes de los animales que son considerados buenos sólo por el hecho de serlo.

Dejadez de pensamiento, esa es la peor, es la que te hace seguidor de cualquier idea simplemente porque te dicen que es buena o moderna. La que cuestiona todo lo antiguo sólo por el paso del tiempo. Es la que anestesia el pensamiento crítico, la que impide el crecimiento del librepensador.

Apatía de sentimientos para no esforzarse en querer o en entender los sentimientos de los demás poniendo por delante siempre los propios.

Ausencia de cumplimiento: "Como pienso que algo tiene que ser gratuito, no pago" o "Cómo me crujen a impuestos que me parecen injustos tampoco lo hago". Indolencia es lo que tiene esa señora de mediana edad que se sienta ufana en el autobús después de no haberse dignado marcar (y no es olvido) pese a que el conductor ha tenido la amabilidad de esperarla a que llegara a la parada.

Evito llamarle vaguería porque vago viene del latín "vagare" que significa vagabundear y eso no tiene porque solo asociarse a los perezosos, a los lerdos o a los poco cumplidores.

Tan generalizada es la pereza que pocos se creen a los diligentes y efectivos, todos los examinan buscándoles las trampas. La presteza es patrimonio de pocos y siempre están en duda. Muchas veces somos incapaces de reconocer que nuestros defectos no son compartidos y así es imposible alabar las virtudes.  Siempre mirando los "tres pies al gato"... Como yo, pero en mi caso al menos puedo esgrimir la excusa congénita de mi ADN o de la mi leche agriada por el paso del tiempo.

Benigno Fontes.

PD: Esta entrada se la he pisado a Eutiquio porque él es demasiado bienpensante y siempre justifica a los negligentes.

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