Cuando has leído varios libros de Paul Auster te das cuenta de que siempre hay un personaje común: él mismo, o un sosías. Ese detalle que podría parecer (de hecho lo es) reiterativo y repeler a más de uno ante el peligro de tedio, incluso despertando alergia ante un espíritu egotista (a mí eso me pasa mucho), resulta muy interesante porque lo importante en sus relatos no suele ser el protagonista sino lo que sucede alrededor.
Las historias siempre mantenidas en un punto interesante, incluso intrigante, no son más que una excusa para el análisis de la vida, de lo absurdo y lo sublime que resulta. De sus vericuetos caprichosos y de sus puñeteras casualidades e inevitables derivas. Así que en realidad Auster sitúa frecuentemente a un escritor y a acontecimientos de la vida para que éste le sustituya y nos los describa. Incluso llega a proponerse él mismo como personaje y con total seguridad nos cuenta secretos de su vida, manías y costumbres. Estoy seguro que más de una vez ha seguido por la calle a alguien para inspirarse en esa persona como personaje. No tengo ninguna duda de que utilizaba un cuaderno rojo para sus anotaciones y que a veces lo hacía incluso de forma obsesiva. Quizás por eso me es simpático, por esas coincidencias con mis actitudes y manías.
En realidad todas sus novelas tienen un sentido de búsqueda. Plantea interrogantes constantes que surgen en la investigación del sentido vital, más allá de las frases altisonantes que solo se usan como lisonjas o como consuelo dando esperanzas falsas frente a lo inevitable. Esas del tipo todo está a tu alcance que no te impidan o molesten . Como ese discurso de una actriz al recibir un premio, evidentemente preparado, que acabo de leer, animando a las mujeres (me pregunto porqué solo a ellas) a conseguir sus sueños.
Otra constante de sus historias es la desgarradora soledad del observador enfrascado en misiones algunas inverosímiles, la mayoría innecesarias, tan absurdas que coinciden demasiado frecuentemente con las reales.
La verdad es que con Auster todavía no he quedado suficientemente defraudado, pese a su reiteración, pese a que cada vez que leo algo de él me acerco con cuidado, como si el contacto me fuera a producir un contagio. De la misma manera cada vez que acabo uno de sus libros me quedo con la idea de releerlo dentro de un tiempo y con la sensación de que he aprendido algo.
No es el mejor ¡Seguro! Pero es bastante bueno. Y por supuesto, gracias por la brevedad. Molaría una conversación con este tio mirándonos a través de un vidrio esmerilado.
"Y esto, en última instancia, era lo único que pedía a las cosas: no estar en ningún sitio. Nueva York era el ningún sitio que había construido a su alrededor y se daba cuenta de que no tenía la menor intención de dejarlo nunca más." Ciudad de cristal
Benigno F.
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