El incorporar elementos fantásticos o fantasmagóricos a la novela negra
no es nuevo. Así sin pensar mucho me viene a la cabeza la obra Fred
Vargas (excelente, por cierto). Añadirlos sin que parezca un pastiche sin que la novela
pierda un ápice de consistencia sí que es difícil. Algunos burdos
intentos como los de Dolores Redondo lo demuestran a las claras.
John
Connolly lo hace y lo consigue y su inclusión no parece inoportuna o
innecesaria, aunque tampoco imprescindible. Son pequeñas gotas de
condimento que exaltan los sabores del guiso, no su ingrediente
principal. Si sustraemos esa parte de la historia ésta sigue siendo
excelente pero mejora con el aderezo de las especias.
Ya había leído a
Connolly y conocía a Charlie Parker (Bird) de su primera entrega: "Todo lo que muere". Reconozco que en mi primer
contacto me pareció una falta de respeto para el saxofonista usar su nombre y apodo, y que no acabé de encontrarla redonda, ahora ya
se me ha pasado ese disgusto y he aprendido a apreciarlo.
La
base del guiso es la de siempre: antiguo policía pasado a detective
atormentado con vida inestable y pasado de peso. Hampones y maleantes. Asesinos en serie sumamente malvados...
¿Y por qué esta es buena y otras no? Porque está
bien cocinada, los tiempos se ajustan correctamente, los ingredientes
son de calidad y están añadidos en el momento adecuado y no se pasa con el tiempo de cocción. Cuatrocientas
páginas justas eso es a lo que llamo yo precisión y lo demás son
zarandajas.
Lo he degustado en apenas una semana y con ganas.
Si he de ofrecer una medida de calidad es tan simple como que hoy que no la he
leído y la he añorado y que estoy seguro que volveré a encontrarme con
Bird tarde o temprano. Sin duda recomendable.
Benigno Fontes
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