Andaba revolviendo entre mis ropas buscando unos calzoncillos rojos adecuados para mañana, cuando he caído en la cuenta de lo estúpido e irracional de todas estas tradiciones y sobre todo en la memez que muestran algunas personas al empeñarse desaforadamente en cumplir con ellas.
Y he recordado todas las veces que he fracasado pidiendo un deseo al pasar debajo de un puente, al beber de una copa de champagne (o cava) con un anillo de oro dentro, o al tomar la última uva. Probablemente lo hago con escaso convencimiento pero nunca he tenido éxito y así no hay manera de hacerse ferviente creyente.
Me he dado cuenta también que todas esas supuestas tradiciones, no son más que conjuros de ricos, pases mágicos modernos que se han ido incorporando a nuestra praxia habitual influidos por los medios de comunicación y las revistas del corazón, simplemente ganas de hablar y consumir, unos simples sustitutos de nuestras oraciones seculares.
Se me hace difícil creer que nadie de un nivel medio bajo se pusiera ropa interior coloreada hace treinta o cuarenta años, estoy absolutamente seguro que la gente normal desconfiaba de introducir sus oros en el champaña y, las uvas... tienen algo más de tiempo, pero son simplemente otro intento pagano de adorar a dioses de oro y barro, de creer en algo.
Lástima que yo sea un descreído y un escéptico, que arquee asimétricamente una ceja ante tanto despropósito y que sea incapaz de tomármelo siquiera a broma, porque me empeño siempre en buscarle sentido esotérico a los rituales. Lástima que se me note y eso produzca seriedad y desapego.
¡Vaya! ¡Ya he encontrado los calzoncillos! ¡Por si acaso, mañana me los pongo! ¡Y las uvas también me las tomo! El anillo... mejor no, no sea que me lo trague accidentalmente y acabe en urgencias.
¡Ostras! Resulta que tienen que ser nuevos. Ya no me da tiempo ¡Otro año de mala suerte!
Benigno F.
Y he recordado todas las veces que he fracasado pidiendo un deseo al pasar debajo de un puente, al beber de una copa de champagne (o cava) con un anillo de oro dentro, o al tomar la última uva. Probablemente lo hago con escaso convencimiento pero nunca he tenido éxito y así no hay manera de hacerse ferviente creyente.
Se me hace difícil creer que nadie de un nivel medio bajo se pusiera ropa interior coloreada hace treinta o cuarenta años, estoy absolutamente seguro que la gente normal desconfiaba de introducir sus oros en el champaña y, las uvas... tienen algo más de tiempo, pero son simplemente otro intento pagano de adorar a dioses de oro y barro, de creer en algo.
Lástima que yo sea un descreído y un escéptico, que arquee asimétricamente una ceja ante tanto despropósito y que sea incapaz de tomármelo siquiera a broma, porque me empeño siempre en buscarle sentido esotérico a los rituales. Lástima que se me note y eso produzca seriedad y desapego.
¡Vaya! ¡Ya he encontrado los calzoncillos! ¡Por si acaso, mañana me los pongo! ¡Y las uvas también me las tomo! El anillo... mejor no, no sea que me lo trague accidentalmente y acabe en urgencias.
¡Ostras! Resulta que tienen que ser nuevos. Ya no me da tiempo ¡Otro año de mala suerte!
Benigno F.
Benigno... yo soy un traicionado por las tradiciones, y un tradicional de la traición porque siempre caigo en la misma tentación. Soy escéptico como tu pero me traiciona mi incredulidad.
ResponderEliminarEl escepticismo es la virtud de los incrédulos. A mí me encanta seguir las tradiciones cuando todo el mundo las traiciona. Saludos.
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