El alma, interesante concepto y definición. Llevaba años sin pensar en su anatomía, sin intentar hacer descripciones exactas de su morfología. De hecho, había dejado de considerar su existencia hace mucho tiempo, cuando de niño creí verla volar en una cometa, en sueños.
Empecé a darle vueltas al concepto tras tropezar con ella en la primeras páginas de mi relectura del libro de Tabucchi, en esas reflexiones en tercera persona sostenidas por un sosías. Así que busqué su significado en un diccionario y comprobé que a los más sabios les pasa lo mismo en cuanto a su entendimiento. Cuando un término tiene quince definiciones es que no tenemos muy claro como definirlo. El alma duele, tiene compás, se vuelve loca. Pero ¿Es inmaterial, como cualquier sentimiento?
Es probable que el alma sea la huella que queda de nosotros pasado el tiempo. Casi seguro que hoy en día el alma de casi todos nosotros está en la red, rellenando espacios digitales misteriosos, engarzada entre cables de servidores, capaz de ser convocada con un toque casual para mostrarse. Consideré esa posibilidad cuando ocasionalmente aparecían notas de un amigo desaparecido que sobrevive en esa complicada madeja inexistente y releyendo las opiniones y poemas clarividentes que los cercanos a la muerte dejan ocultos bajo las piedras virtuales y que sólo revelan sus planos de localización utilizando palabras secretas insertadas (ni siquiera de forma exacta) en los huecos en blanco de casilleros.
Antiguamente estaban en cintas magnéticas, en piezas de pizarra, en pinturas y estatuas, en pergaminos escondidos en una viga de madera atados con lazos de seda, como si fueran tesoros y siempre, siempre escritos con pulcra letra, con circunloquios y muchas veces con palabras enigmáticas, sólo comprensibles para iniciados en logias y hermandades sigilosas. Sólo podían ser convocadas por los que compartían esos misterios. No como hoy en día que son públicas y pregonadas a cuatro vientos.
Seguro que también es un trozo de alma esa carta de amor abandonada hace trescientos años, escondida con sumo cuidado entre las paredes, señalada con una impronta para localizarla y releerla. Igual que ese libro del que plagio poemas de vez en cuando, y que recito para impresionar (sin éxito) a mi editor y a su secretaria, y en el que alguien dejó un fragmento de su esencia declarando en una esquina: "Y yo quiero hacerlo y dejo mi alma para ti, para que la leas y te acuerdes de estas mis huellas, y para declarar por única y última vez que puedo ser feliz un segundo o un minuto. No hace falta que lo sea toda la vida de forma contínua" .
Empecé a darle vueltas al concepto tras tropezar con ella en la primeras páginas de mi relectura del libro de Tabucchi, en esas reflexiones en tercera persona sostenidas por un sosías. Así que busqué su significado en un diccionario y comprobé que a los más sabios les pasa lo mismo en cuanto a su entendimiento. Cuando un término tiene quince definiciones es que no tenemos muy claro como definirlo. El alma duele, tiene compás, se vuelve loca. Pero ¿Es inmaterial, como cualquier sentimiento?
Es probable que el alma sea la huella que queda de nosotros pasado el tiempo. Casi seguro que hoy en día el alma de casi todos nosotros está en la red, rellenando espacios digitales misteriosos, engarzada entre cables de servidores, capaz de ser convocada con un toque casual para mostrarse. Consideré esa posibilidad cuando ocasionalmente aparecían notas de un amigo desaparecido que sobrevive en esa complicada madeja inexistente y releyendo las opiniones y poemas clarividentes que los cercanos a la muerte dejan ocultos bajo las piedras virtuales y que sólo revelan sus planos de localización utilizando palabras secretas insertadas (ni siquiera de forma exacta) en los huecos en blanco de casilleros.
Antiguamente estaban en cintas magnéticas, en piezas de pizarra, en pinturas y estatuas, en pergaminos escondidos en una viga de madera atados con lazos de seda, como si fueran tesoros y siempre, siempre escritos con pulcra letra, con circunloquios y muchas veces con palabras enigmáticas, sólo comprensibles para iniciados en logias y hermandades sigilosas. Sólo podían ser convocadas por los que compartían esos misterios. No como hoy en día que son públicas y pregonadas a cuatro vientos.
Seguro que también es un trozo de alma esa carta de amor abandonada hace trescientos años, escondida con sumo cuidado entre las paredes, señalada con una impronta para localizarla y releerla. Igual que ese libro del que plagio poemas de vez en cuando, y que recito para impresionar (sin éxito) a mi editor y a su secretaria, y en el que alguien dejó un fragmento de su esencia declarando en una esquina: "Y yo quiero hacerlo y dejo mi alma para ti, para que la leas y te acuerdes de estas mis huellas, y para declarar por única y última vez que puedo ser feliz un segundo o un minuto. No hace falta que lo sea toda la vida de forma contínua" .
"So when she calls, don't send her my way
When it hurts most it's the right thing."
When it hurts most it's the right thing."
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